Capítulo 33 Un cuento de hadas
Hestia le dedicó una sonrisa tensa, como la que acostumbraba a realizar. No quería tener ningún tipo de sentimientos por Heros. Pero tampoco se negaba a disfrutar a gusto el maravilloso y esbelto cuerpo marcado, lleno de energía y vigor de su bello conejito. Le robaría un poco de esa juventud a su lindo chico; eso era uno de los tantos beneficios que tenía al compartir con un hombre más joven. Además, que podía mostrar su lujuria natural, sin necesidad de contenerse, porque al estar con él, todos sus bajos instintos salían a flote, como si Heros potenciara su apetito sexual; no solo era tener sexo, también era importante con quien lo hacías, porque así podía llegar a un nivel superior, que significaría hacer el amor.
Heros era consciente de las ásperas preferencias de Hestia. Meditó por un instante, ya que siempre había sido el chico bueno, amable y tímido, que se mantenía con su cabeza gacha, sin protestar, ni refutar nada. Deseaba ser dulce y cariñoso con Hestia. Sin embargo, también era bueno e interesante probar otro carácter. Sí, eso era lo que ella quería y se lo había dejado en claro desde antes de empezar su aventura clandestina. Aprendía por ensayo y error con Hestia, y ya sabía de cómo comportarse con ella, dependiendo a las circunstancias en que se encuentren; debía tratar a Hestia en público como lo que era, una dama de la alta sociedad. Pero en la privacidad de estas cuatro paredes, tenía que adoptar una postura más rígida, decidida y dominante; eso era lo que su diosa esperaba que hiciera, y no estaba permitido decepcionar a su hermosa maestra. Abrazó con más fortaleza la espalda de Hestia, y la tumbó en el piso, quedando en esta ocasión, encima de ella. Aún ensartado a su amante madura, se detuvo a admirarla por un breve momento. Entonces descubrió que no había ningún modo en que pudiera detenerse. Apreciaba el precioso rostro de Hestia, las blancas mejillas, los carnosos labios cincelados, los ojos verdes como esmeralda y el ondulado cabello rojo como el granate que, con el sudor que emanaba de los poros y el rubor de la exaltación, le otorgaban un semblante tan excitante, como encantador. Incluso, siendo uno con ella, le parecía un sueño húmedo que pudiera estar con una mujer tan vislumbraste y distinguida como lo era Hestia Haller. Obedeció a su señora y le golpeaba con más ímpetu, sin apartarle la vista. Ya no pudo contener sus sonoros suspiros, que rebotaban en los muros del cuarto de luces púrpuras y repleto de parafernalia, de castigo, porque los hombres también podían gemir con intensidad durante una velada carnal. En cada embestida, parecía que algo iba a salir de él, como cuando tenía ganas de ir al baño. Ya lo había experimentado al masturbarse con las fotos de Hestia cuando tuvieron sexting por el celular. Pero, ahora, la sensación era más abrasadora y delirante.
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