Capítulo 82 Érase una vez un matrimonio
Era lunes veinticuatro de diciembre, el día de su boda, Heros se despertó a las ocho de la mañana. La ceremonia estaba programada para las cuatro de la tarde, por lo que se dispuso a hacer ejercicio. Había ido a dormir al departamento que le había regalado Hestia, con la excusa de que se estaría hospedando en un motel, para no ver a Lacey con el vestido de novia. Estaba sudado de tanto en la caminadora. Se había perdido en sus pensamientos y ya eran las diez y treinta. El tiempo transcurría con rapidez. Agarró la toalla y se sel sudor que se mostraba en su frente. Sus manos temblaban y en su pecho sentía un frío, mezclado con miedo, mientras que sus piernas flaqueaban ante la idea de un matrimonio que no deseaba. En el pasado había soñado con estar en el altar con Lacey, para volverse marido y mujer. Sin embargo, temía que llegara ese momento crucial. No podía desposar a una mujer que no amaba, porque no quería hacerla sufrir, sin mencionar que le había sido infiel y la había traicionado. Era una escoria y un mal hombre. ¿Cómo había llegado a esta situación? Sí, todo se debía a aquella poderosa y señorial empresaria de cabello rojo, como fuego carmesí, ojos verdes como esmeraldas, piel blanca como mármol inmaculado y de carácter decidido y avasallante como un tornado, que se llevaba todo a su paso, así era Hestia Haller. En esta instancia estaba agradecido y enamorado de ella, de la jefa. ¿Debía llamar a Lacey y cancelar? No, ya era muy tarde, por lo que todo se resolvería durante la ceremonia. Aunque, guardaba las palabras de Hestia, que lo ayudaría y que no habría ningún casamiento. Su vida había sido tranquila y normal, pero cambiado desde que había conocido a la diosa, pue ahora estaba envuelto en un dilema que estaba por enloquecerlo. Sabía que, para avanzar, tenía que hacer dos cosas; la primera era evitar contraer matrimonio con Lacey, como fuera posible, y la segunda, era declararse su amor a Hestia, sin importar que lo rechazara. Entonces, si concretaba ambos asuntos, podría liberarse de las cadenas que ataban su voluntad y su alma, logrando alcanzar la libertad. Al reflexionar sobre dichas posibilidades, podía ver su futuro; se quedaría solo, ya que Lacey lo odiaría y Hestia cortaría su vínculo con él. Mas, siendo sincero, sentía más pavor de perder a Hestia, puesto que ya no sentía nada por Lacey, y la apreciaba como su amiga. Estaba entre la espada y la pared. Este desenlace lo asfixiaba y terminaría matándolo. Cualquier decisión que tomara lo llevaría a la aflicción. Esto lo superaba y lo ahogaba a un nivel en el que solo caminaba hacia su muerte. Al ser las dos y media de la tarde, se bañó y se arregló. Vio su torso desnudo en el espejo empañado. La imagen en el reflejo era diferente a la que se podía apreciar muchos meses atrás; la de ahora era la de un muchacho atractivo, esbelto, simpático, como un adonis perfecto o una modelo de revista. Pero la que se veía en el pasado era la de un hombre gordito y manso, que se notaba más edad de la que tenía, puesto que, hasta, aparentaba ser más joven debido a su adelgazamiento, producto de su arduo trabajo deportivo. Además, se podían apreciar rasguños y chupones en cada parte de su cuerpo; eran demasiados, como si hubiera sido marcado por su divinidad. Se puso su traje de novio oscuro y peinó su cabello marrón. Su mirada azulada era vacía y melancólica, como la de alguien que era atormentado. Al salir a la calle, observó con detenimiento a las personas que pasaban por el sitio. Lo único que anhelaba era poder pasar este día, porque parecía ser interminable. El aire le acarició la cara con apatía, como si supiera lo que estaba viviendo. Abordó el auto que lo llevaría a su fatal destino. Se bajó del carro al llegar a la catedral. Los invitados colocaron una amplia sonrisa y se alegraron al ver su presencia. ¿Por qué ellos estaban tan animados? Era cierto, porque era un matrimonio y lo único que debía haber era felicidad. Los saludó de forma leve y accedió al recinto sagrado por una alfombra roja que había sido puesto en el piso. Adentro, tuvo que estrechar la mano de más desconocidos, ya que la gran mayoría habían sido convidados por Lacey, y una mínima parte eran sus allegados. Contempló la bella decoración y los adornos que habían sido preparados, como la ¿Por qué no podía disfrutar de este momento, ¿cómo lo había hecho cuando le propuso matrimonio a Lacey? Conocía la respuesta a esa interrogante, pero ya era muy tarde para cambiar esta conclusión. Solo debía aguardar y enfrentar los hechos. Endureció su mandíbula y esperó con paciencia en el altar. Nada más debía superar este día y podría avanzar.
Eran las cuatro y punto de la tarde, cuando un decorado coche se detuvo en la iglesia. Lacey, emergió radiante como una princesa de una historia de fantasía. Llevaba puesto un maravilloso vestido blanco, con un ramo en sus manos. Un velo semitransparente le cubría el rostro. Su cabello castaño había sido peinado con insistencia. Parecía haber sido arreglada por hadas madrinas mágicas, ya que hasta irradiaba brillos de luz de diferentes colores. Su padre la sostuvo por el brazo, para dar comienzo al cortejo nupcial. La música de la marcha nupcial sonó en la catedral, señalando que un gran acontecimiento estaba por suceder. Aunque, no era el que todos esperaban, ni el que había venido a atestiguar. Si no el que, la diosa malvada y perversa que movía los hilos de esta historia había planeado tiempo atrás, desde la génesis, hasta este preciso instante. Los cuervos en el techado auguraban la tragedia que estaba por ocurrir. Los invitados se pusieron de pie, mientras los violines, trompetas, platillos y demás instrumentos emitían un afable sonido.
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