En esa fría noche, Waldo se abrió paso entre la multitud del bar y se dirigió hacia la barra; Norberto lo seguía de cerca. Era tarde, pero, una vez más, Alejandro había llamado a Norberto. Esperaban verlo ebrio y desaliñado cuando llegaran. Para su sorpresa, estaba vestido de manera impecable y se encontraba sentado en la barra, con la mirada clara. No había tocado la copa que tenía delante.
—¿Qué está sucediendo? ¿No nos has llamado para beber? —preguntó Waldo sorprendido mientras se acercaba a Alejandro y lo saludaba.
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