—¿No tienes trabajo por hacer que de repente te transformaste en repartidor? ¿Quieres cambiar de…? —Alejandro se detuvo cuando se dio cuenta del nombre que había dicho el joven—. ¿Quién dijiste que lo envió? ¿La señorita Selva?
—Así es; eso fue lo que me dijo el repartidor —asintió confundido.
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