La niña se relamió los labios, pero no había saciado su gula. Como su madre se negó, tenía que distraerse de algún modo para no pensar en los bocadillos que le darían cuando subiera al avión. Sin embargo, miraba apenada las grandes imágenes de comida que tenía la cafetería en la entrada. Elio se conmovió por lo adorable que era y tuvo la necesidad de darle lo que quería.
—Los niños disfrutan mucho esto, señorita Selva; ¿por qué no les compra a ambos?
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