Claudia salió de la oficina de Victoria con una expresión sombría. Le temblaban las manos mientras se agarraba el vestido. Nunca pensó que incluso Pedro, un humilde asistente, se atrevería a humillarla. Aunque no arremetió contra él, sabía que tampoco podía pasar por alto ese asunto. Por eso, en cuanto entró a la oficina, no pudo evitar contarle a Alejandro todo lo que le había sucedido. No se quejaba, ya que solo quería que él la consolara, pero el hombre no se movió después de que ella terminó de hablar.
—¿Ale? —Lo miró confundida.
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