Me sentí feliz de que Roberto no hubiera amado a Silvia. Eso significaba que yo había caído en el abismo que él era. Había caído hasta lo profundo. Podía sentir una emoción bullir dentro de mí. Era como una vaga felicidad. Sacudí la cabeza en un intento por deshacerme de la sensación. Roberto me miró y preguntó:
―¿Por qué mueves la cabeza?
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