No esperaba que mi camarote fuera tan espacioso y lujoso. Parecía un cuarto de hotel de cinco estrellas. Había creído que el yate de la vez pasada era lo máximo del lujo. Pero creo que estaba equivocada. Un yate difícilmente podía compararse con un crucero.
Suspiré. Santiago llegó a traerme las pastillas. Me dio dos y dijo:
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