Capítulo 50 Hay que quedárnoslo
Su pelaje estaba enmarañado y mugroso, así que era imposible distinguir su edad y de qué raza era. Sin embargo, a juzgar por los chillidos que hacía, parecía ser un cachorro muy joven.
Se veía muy débil, como si estuviera dando su último aliento. Quizás su dueño lo había abandonado o de alguna manera se había separado de su madre. Alargué el brazo con la intención de tocarlo pero temerosa de que fuera a atacarme. Apretó los ojos mientras mi mano le tocaba la cabeza. Parecía gustarle. Se veía hambriento y golpeaba su cabeza contra mi mano. Sin embargo, yo no traía nada, ni siquiera un dulce. ¿Qué debía hacer?
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