Capítulo 31 Lecciones íntimas
Hestia metió su palmar en la entrepierna y tanteó la durmiente virtud de Heros, que se fue irguiendo ante el roce que le provocaba. Recorrió el duro atributo a través de la tela del bóxer; no solo era largo, también era grande y grueso. Era por eso por lo que se decía que los callados e inteligentes, tenían grandes dotes, que mantenían ocultos. Moldeó una sonrisa astuta y de complacencia en su hermoso rostro. Introdujo su mano con lentitud y sintió una la firmeza, cálida y apetecible, como para volverse a llevar dentro de su boca, que gracias a su flexibilidad se podía adaptar al tamaño de la gran espada de su bello héroe; tan distinguido y notable, como para removerle la entrañas, justo como lo había deseado, así lo había obtenido. Sin duda alguna, el destino la recompensaba con su anhelado juguete y a ella no le temblaban el pulso para hacerlo suyo cuantas veces quisiera, a pesar de que estaba en vísperas de matrimonio. Aquella ni siquiera lo amaba y lo estaba engañando. Mas, por el momento, habría tiempo de sobra para jugar con el sobresaliente talento de su joven amante. Ahora, aumentaría la libido y la impotencia en él, para que cuando llegara el momento cúspide de su relación, Heros se abalanzara sobre ella, como una bestia hambrienta, furiosa y ansiosa de poder tener su tersa piel blanca entre los puntiagudos colmillos. Jamás había estado tan ansiosa de divertirse con alguien, pero de igual forma de perdurar el entretenimiento lo más que pudiera. Por lo general, los utilizaba y los desechaba al instante, ya que eran de uso único. Sin embargo, con Heros quería invertir todo su tiempo, para ver el desenlace de esta historia.
Así, siguió tanteando la ancha espalda del chico, que se marcaba debido al ejercicio que le había modificado la apariencia a una atlética. Pasó su lengua, degustando el sabor de su dulce conejito, como una leona probando a su ciervo que había cazado y que tenía en su poder, para darle muerte cuando así lo dispusiera. Succionó con sus labios en las zonas de los omoplatos, dejándole chupones morados. No satisfecha con los dos, le dejó su sello en casi todo el dorso; lo marcaba como suyo, pues era de su propiedad. Desde que habían iniciado con su aventura, ya no había vuelta atrás, ni tampoco permitiría que otras lo tocaran; era egoísta y codiciosa. Retrocedió, para tomar distancia de él. Separó sus piernas pocos centímetros, preparándose para seguir ofendiéndolo con todo el gusto del mundo. Agitó el látigo en el aire y lo levantó por encima de su cabeza. Hizo un rápido movimiento con su brazo, similar a un destello, para luego escucharse el impetuoso golpe de las colas en la carne de su esclavo, parecido a los rayos y los truenos.
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