Consternado, Adrián cayó al suelo con un golpe sordo. Había tirado también su abanico de papel al suelo y ya no era el hombre arrogante de hacía unos segundos. ¡No parecía como si fuera a seguir causando problemas ante la placa del Dragón del Norte! La situación se revirtió y Adrián en ese momento ya estaba con las manos y las rodillas en el suelo allí mismo.
—¡¿Q-qué está ocurriendo?! —La multitud se inquietó.
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