Capítulo 5 ¡Yo te apoyaré!
Kevin llegó a la entrada del estacionamiento de Tienda departamental Nivea con los tintineos y rechinidos del viejo Santana. Después de evaluar el auto de Kevin, el encargado del estacionamiento dijo con desdén:
—El precio por estacionar es de doce dólares por hora. Arrollar la barrera le costará cinco mil.
Kevin se quedó sin palabras por un momento.
—Entendido —murmuró.
«¿Este hombre piensa que arrollaré la barrera y me escaparé sin pagar como si no pudiera costearlo?», pensó, pero después consideró que no podía culpar al hombre por pensar eso ya que cualquiera que condujera un auto destartalado como ese quizá no podría darse el lujo de pagar un par de dólares.
Kevin había leído en el perfil que Lázaro le envió que la oficina de René se encontraba en el edificio alto detrás de la tienda departamental. Por eso, no perdió tiempo y se subió a un ascensor de empleados hacia la cima. Después de salir del ascensor, se encontró con una sala iluminada por tres ventanales con vegetación y el sonido de agua fluyendo en ese espacio. Eso hizo que exclamara de manera involuntaria. «El gusto de René sigue siendo refinado y sofisticado. De hecho, construyó un jardín vertical elegante en esta parte de la ciudad, donde cada centímetro vale una fortuna». Sin embargo, cuando planeaba buscar la oficina de la presidente, un guardia con el gorro en la mano corrió tras de él, gritando:
—Esta es el área privada de la presidente. ¡Nadie tiene permitido estar acá!
—Necesito hablar con la presidente.
—No me importan sus asuntos personales —dijo el guardia mientras pronunciaba con impaciencia—: Debe pedir una cita con Gadiel si quiere ver a la presidente.
—¿Gadiel? —Kevin se tocó la barbilla y preguntó—: ¿Es un él o ella?
—¿Qué le importa? ¡Salga de aquí! Me regañarán si la presidenta se entera de que dejé entrar a un extraño.
Sin embargo, justo cuando el guardia quiso echar a Kevin, la puerta del ascensor se abrió con un tintineo, y una hermosa mujer en un vestido de noche escotado caminó afuera del ascensor al siguiente minuto.
—¿Qué sucede? —preguntó, frunciendo el ceño.
La mujer no era otra sino la hermana mayor de Kevin: René Vinstor.
—P-presidenta, ¿no estaba en su oficina? —Aterrorizado, el guardia tartamudeó y señaló a Kevin—. Este muchacho insiste en entrar. ¡Lo estaba echando en este momento!
René miró enojada a Kevin en respuesta; su rostro era elegante y tenía una expresión indiferente
—Cuánto tiempo, René.
Su nombre le sonó un poco extraño a Kevin después de no haberlo pronunciado por más de una década. El guardia, por otro lado, regañó de inmediato a Kevin por haber llamado a la presidente por su nombre.
—¿Cómo te atreves a llamarla por su nombre? Ella es…
Sin embargo, se quedó en silencio de pronto ya que había visto que la expresión de René cambió de indiferente a amable.
—Eres…. ¿Tú eres Kevin? —preguntó con voz temblorosa mientras se cubría la boca con las manos.
—Soy yo, volví René.
—En verdad eres tú…
René comenzó a derramar lágrimas sin parar mientras observaba con detenimiento el rostro de Kevin durante un minuto completo antes de lanzarse a sus brazos, llorando.
—Nosotras… Todas pensamos que estabas muerto… Incluso reconocimos un cuerpo desfigurado… ¿Por qué tardaste tanto en volver…?
Kevin le dio palmaditas a la espalda mientras disfrutaba de todo el cariño que no había recibido hacia demasiado tiempo.
—Bueno, he regresado, ¿no es así? —murmuró.
—¿Te irás de nuevo?
—No, nunca me iré.
Entonces, René se secó las lágrimas y lo golpeó en el pecho con suavidad, fingiendo estar enojada.
—¡Maldito idiota! ¿Sabes lo preocupadas que hemos estado estos últimos diez años? SI te atreves a desaparecer de nuevo, ¡juro que te quebraré las piernas!
A diferencia de la escena cariñosa entre hermanos, el guardia estaba muerto de miedo y temblaba de manera incontrolable. No fue hasta después de un largo rato que René volvió en sí y se soltó del abrazo de Kevin, volviendo a su actitud seria después de arreglarse el vestido.
—Gus, él tiene permitido hacer lo que quiera en este lugar.
—S-sí, señora… Lo entiendo… —tartamudeó el guardia mientras se secaba el sudor frío de la frente con la cabeza tan baja que casi tocaba el suelo.
Después de ingresar a la oficina presidencial, Kevin se sentó frente a René y rió.
—René, ¿Gadiel es un él o ella?
—Una chica, ¿por qué?
—No tengo nada de qué preocuparme entonces —rió Kevin—. ¿Ya te olvidaste, René? Tú y las demás prometieron casarse conmigo cuando creciéramos.
—Esas son tonterías de niños. ¿Cómo podría importar cuando solo estábamos jugando? —René cambió el tema con el rostro sonrojado—. Por cierto, las demás no saben que estás de regreso, ¿no es así? Deberíamos reunirnos en un par de días.
—¿Están todas en Ciudad Clesa?
—Jésica y Constanza no están, pero las demás sí.
Entonces, Kevin le preguntó interesado:
—Sé que Alicia es doctora, pero ¿qué hacen las demás?
—Selena… supongo que se puede decir que provee a clientes especiales de ciertos servicios. Victoria tiene una casa de té. Bueno… llamémoslo así. Julia es la menos problemática de ellas. Es una modelo famosa ahora. Jésica viene cada navidad, pero nadie sabe qué hace ni a dónde vive. En cuanto a Constanza, está estudiando en una universidad en una ciudad cercana. Sin embargo, debido a su coeficiente intelectual de más de doscientos, se comporta un poco extraño…
—¿Por qué parece como si ninguna tuviera un trabajo común y corriente? —A Kevin le tembló un poco la mejilla al escuchar a René hablar de la situación actual de sus hermanas—. Proveer de servicios a clientes especiales, manejar una «casa de té», nadie sabe a dónde vive, se comporta un poco extraño… ¿Qué es esto?
Aunque sabía que sus hermanas no eran muchachas normales, nunca imaginó que seguían viviendo de manera poco convencional.
—Deja que ellas te lo expliquen. —René sonrió de manera misteriosa—. ¿Quién sabe? Quizá te lleves una agradable sorpresa.
—Sí, bueno. Lo sabré tarde o temprano. —Kevin suspiró y se puso serio—. Ahora, hablemos de ti.
—¿De mí? ¿Qué hay sobre mí? —René sonrió de manera extraña y se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja, mirando a Kevin con seriedad—. Lo has visto por ti mismo. Ahora soy la presidente de Tienda departamental. No me puedo quejar.
Él había querido preguntarle sobre la demanda de la cámara de comercio Rosario y si los Vinstor la estaban molestando, pero se tragó sus palabras cuando estaba a punto de hablar. Al ver lo segura y distante que René había sido desde niña, estaba seguro de que no sería capaz de sacarle nada si se lo preguntaba de manera directa. Entonces, sonrió y le siguió la corriente.
—¡Entonces debes ayudarme si me quedo sin dinero!
—Ay, ¡sí! Solo acude a mí si necesitas dinero. Puedo permitirme mantenerte.
—René, te has vuelto mucho más sexi desde la última vez que te vi hace diez años. —Kevin cambió de tema, mientras bebía un sorbo de agua y observaba el hermoso vestido de noche de René—. Pero ¿no será demasiado vestir de manera tan elegante todos los días?
—¡Maldición! —exclamó René después de escucharlo—. Estaba tan entusiasmada por verte de nuevo que olvidé algo importante.