Capítulo 11 El primer espía
El sol se ponía despacio de camino hacia Tienda departamental Nivea y, mientras Kevin observaba el paisaje, un pensamiento surgió de repente en su cabeza.
—René, ¿por qué quieres sufrir en silencio cuando los Vinstor te maltratan tanto? Con tu habilidad, no hay ninguna razón para que soportes su acoso.
—Después de graduarme en la secundaria, me enfrenté a dos opciones: la universidad o el trabajo. —Recordó René mientras conducía—. Siendo la mayor, no podía ser egoísta. Así que decidí trabajar para que las niñas pudieran seguir estudiando. El día en que debíamos completar la solicitud de ingreso a la universidad, mi ahora padre adoptivo, Elio, vino a verme. Era un viejo amigo de mi profesor de clase y, tras conocer mi historia, me dijo que podía financiar mis gastos universitarios. En ese momento, fue como un ángel enviado del cielo para salvarme de la desesperanza.
A Kevin le dio una punzada en el pecho y miró a René.
—¿Sin condiciones?
—Ninguna. —Ella negó con la cabeza—. En aquel entonces, era como un filántropo. Después de escuchar que yo tenía un don en los negocios, dijo que no quería ver que un talento como ese fuera enterrado por problemas financieros.
—¿Así que quieres devolverle el favor? —señaló Kevin.
—Sí. Sea cual sea la razón por la que financió mis estudios al principio, tengo que admitir que, efectivamente, me cambió la vida —explicó René sin rodeos—. La amabilidad y el odio son dos asuntos diferentes. Juré servir a la familia Vinstor durante veinte años o devolverle cien millones. Pensé que solo así podría pagarle por haberme salvado.
—Son solo cien millones. Puedo dárselos sin más —murmuró Kevin mientras pasaba el dedo por la pantalla de su teléfono ociosamente.
—¿Perdón? ¿Qué...?
—¡René, detente!
Ella no oyó bien lo que había murmurado, pero justo cuando quiso preguntarle qué había dicho, él se enderezó en el asiento de golpe, pues había recibido un mensaje de Lázaro hacía un segundo.
«¡Un espía seulés fue visto en la zona!».
—¿Qué sucede?
Sobresaltada, René se apresuró a pisar el freno y se detuvo. Tan pronto como el auto estuvo a un lado de la carretera, Kevin salió y balbuceó:
—René, no puedo ir al hospital. Pasa a buscar al abuelo José por mí, por favor.
—¿Qué pasa, Kevin? ¿Qué sucedió?
—Un amigo necesita mi ayuda. —Dijo una excusa al azar, pero al ver que su hermana insistiría, añadió—: ¡Son cosas de hombres!
—De acuerdo, pero cuídate.
¿Qué otra cosa podía hacer sino asentir? No fue hasta que el BMW rojo se alejó que Kevin respondió el mensaje de Lázaro con una llamada.
—¿Cuál es la situación?
—Jefe, acabamos de recibir noticias de nuestro informante de que han descubierto a un seulés muy sospechoso. Es muy probable que sea un espía.
—¿Quién es?
—Un profesor universitario. Vino a Custia para asistir a un foro académico.
—¡Atrápenlo! Prefiero atrapar a todos que dejar que uno se escape. —Un brillo de malicia se reflejó en los ojos de Kevin mientras exigía—: ¿Cuál es su ubicación exacta?
—Calle Riofuerte, casa número cuarenta y cinco, en la hacienda Arboleda —respondió Lázaro. Hades ya está en camino con nuestros hombres.
—Estoy cerca. Dile a Hades que me espere. —Kevin llamó a un taxi y le dijo al conductor—: Calle Riofuerte, hacienda Arboleda, por favor.
Mientras tanto, Hades y el grupo de élites de Isla Coral que llevó consigo estaban esperando fuera de hacienda Arboleda. Al llegar a donde estaban escondidos, Kevin preguntó:
—¿Ya sondearon los alrededores, Hades?
Hades estaba tan bien escondido que prácticamente se había fundido con la oscuridad, solo se oía su voz:
—Sí, Ares. El profesor se llama Bautista Ochoa, un respetado erudito del Imperio del Sol Naciente. Casi podemos confirmar que está entre la primera ronda de espías que se han infiltrado, pero la seguridad en hacienda Arboleda es estricta. Solo el personal y los vehículos autorizados pueden entrar. Estaba deliberando si debíamos irrumpir.
—No los alertes. —Entonces, Kevin ideó un plan y ordenó—: Divídanse en grupos. Grupo uno: controle a los guardias con cigarrillos de sevoflurano; grupo dos: interrumpan toda cámara de vigilancia; grupo tres: equipo de extracción; grupo cuatro: conmigo, vamos a entrar.
Sorprendido, Hades espetó:
—Ares, ¿vas a entrar?
—Esta es nuestra primera captura. Si algo sale mal, será difícil desbaratar a toda la cadena.
Cuando llegó la medianoche, Kevin comprobó su reloj e hizo un gesto a sus tropas.
—¡Muévanse!
Todos se dispersaron, fundiéndose silenciosamente en la oscuridad. Unos diez minutos después, la luz roja parpadeante de la cámara de vigilancia situada no lejos de ellos se apagó de repente y Kevin susurró:
—Muy bien, vamos a entrar.
Cuando pasaron junto a la casilla de vigilancia, los miembros del grupo uno, que estaban escondidos en la oscuridad, hicieron un gesto de que todo estaba «despejado» y Kevin y sus compañeros entraron en el recinto sin problemas a la mansión número cuarenta y cinco. Cuando llegaron, una de las habitaciones aún estaba iluminada; claramente, Bautista seguía despierto.
—Hades, ¿solo está él ahí?
—Nuestro informante dijo que vive solo. Nadie vino con él.
—Muy bien, abre la puerta.
En ese momento, un soldado se acercó y abrió la cerradura. Trabajó tan silenciosamente que nada ni nadie se alarmó. Cada miembro de la élite de Isla Coral tenía habilidades sorprendentes. Entrar en una casa cerrada con llave no era más que un juego de niños. ¡Clic! La puerta principal se abrió y el grupo entró en la mansión; siguieron la luz que vieron fuera hasta el estudio del segundo piso. Había un hueco entre la puerta y su umbral, que dejaba pasar la luz al oscuro pasillo.
Mientras estaban junto a la puerta, pudieron oír a alguien hojeando un libro, pero justo cuando esperaban con la respiración contenida, preparándose para atrapar a su espía, una sensación de peligro escalofriante se apoderó de Kevin, haciendo que se le erizara el vello de la nuca.