Capítulo 14 ¿Rey ostentoso?
«¿Qué?». Rosalinda quedó tan perpleja que su voz se volvió aguda.
—Señor, le recuerdo que el precio total de estos nueve anillos asciende a cincuenta millones.
—Cincuenta millones; entendido. Envuélvalos entonces.
—¿Envolver-envolverlos? —Rosalinda no lo podía creer—. Señor, trabajamos estrechamente con la policía aquí. Si solo están causando problemas, los llamaré. — Con eso se dirigió a la puerta y llamó—: ¡Señorita Suárez, tenemos a alguien comprando nueve de nuestros mejores anillos de una sola vez! ¿Puede venir a ocuparse de esto, por favor?
«¿Qué?». Todo el taller de joyería se agitó al oír las palabras de Rosalinda y al instante, todos los clientes y el personal se reunieron alrededor, con ansias de ver por sí mismos quién en podía permitirse un gasto tan grande. Sin embargo, al ver a Kevin y su atuendo común, todos comenzaron a burlarse:
—Pfff, creí que de verdad había un déspota local gastando mucho dinero. Quién iba a pensar que es solo un apestoso plebeyo.
—Pretencioso d*sgraciado. ¡Apuesto a que ni siquiera puede permitirse uno!
—Seguro solo está presumiendo delante de las damas. Se quedará boquiabierto cuando llegue la factura.
Cecilia se puso cada vez más seria ante las burlas de la multitud, como hija de la acaudalada familia López, nunca había estado en una situación tan humillante.
—René, ¿qué le pasa a tu hermano? Está haciendo el ridículo.
Estaba hecha un manojo de nervios al enfrentarse a un público que la juzgaba; si René no fuera su amiga, hacía tiempo que habría salido por la puerta.
René, por su parte, se sonrojó de la humillación y le reprochó:
—Kevin, ¿qué demonios intentas hacer? Este no es un lugar para que te metas en líos.
—Pero no lo estoy haciendo, solo quiero hacerte un regalo. Relájate, tengo el dinero.
—Tú... —René estaba tan furiosa que se quedó sin palabras; como si fuera a creer los que Kevin decía después de haber visto su auto destartalado.
Justo entonces, una mujer con un vestido elegante se acercó. Tenía una belleza clásica y tanto su sonrisa, como su ceño fruncido, destilaba una elegancia infinita. La mujer no era otra que la gerenta del Taller de Joyería Galván, Camila Suárez.
—¿Qué pasa, Rosalinda?
La diseñadora señaló a Kevin y se burló:
—Señorita Suárez, este perdedor está causando problemas. Dice que quiere comprar estos nueve anillos.
Camila quedó perpleja, pues solo un puñado en toda Ciudad Clesa podía permitirse hacer semejante compra y todos eran muy poderosos; aquel hombre, en cambio, era demasiado joven. Tras un momento de vacilación, Camila se dirigió a Kevin con mucha educación:
—Señor, si está seguro, sígame a mi oficina para hacer la transacción.
Estaba claro que la suma era demasiado grande para hacer una transacción apresurada y más delante de tantos pares de ojos.
—¡Señorita Suárez! —exclamó Rosalinda—. No creerá que puede permitirse estos anillos, ¿verdad? No es más que un fanfarrón pretencioso.
A eso, Camila le lanzó una mirada fría, advirtiéndole:
—Será mejor que mantengas la boca cerrada si no quieres perder el trabajo.
—Yo… —Rosalinda aún quería replicar, pero se calló al ver la mirada de Camila. Sin embargo, la indignación seguía presente en su rostro mientras lanzaba una mirada a Kevin como si se burlara.
«Me gustaría ver cómo eres capaz de conseguir una suma tan grande».
Mientras tanto, Kevin se levantó y dijo con pereza:
—Vamos. Yo te doy el dinero; tú me das la mercancía.
—¡Kevin! —René estaba muy asustada—. La situación no acabará bien si sigues así. ¡Vámonos!
—Relájate, René. Espera aquí hasta que vuelva con los anillos —le replicó con una sonrisa antes de seguir a Camila a su oficina.
Mientras los observaba alejarse, Rosalinda frunció los labios.
—Este d*sgraciado pretencioso. Como si realmente tuviera el dinero. Más tarde, si seguridad lo echa, le sacaré una foto y la subiré en internet para que todo el mundo sepa quién es este rey ostentoso.
El público estalló en carcajadas ante el comentario y comenzaron a murmurar:
—Seguramente se convertirá en un meme.
—Si esto se vuelve viral, se convertirá en el payaso de la ciudad. Supongo que para entonces se le puede llamar influencer.
—Ja, ja, tengo que asegurarme de sacarme una foto con él.
Por otro lado, Cecilia estaba muy consternada.
—René, voy a tomar algo de aire.
No podía quedarse más tiempo allí, pues el ridículo era peor que la quemaran viva. Mientras tanto, Kevin se sentó frente a Camila en la oficina de la gerenta de la tienda.
—¿No te preocupa que no tenga el dinero para pagar? —preguntó, curioso.
—¿De qué hay que preocuparse? —Camila sonrió desganada, revelando un hoyuelo poco profundo—. ¿Y si lo tienes? ¿No ganaría yo?
—Felicitaciones, efectivamente ganaste. —Kevin sacó una tarjeta bancaria dorada y la puso sobre la mesa—. Adelante, pásala.
—E-esta es... —Camila abrió los ojos con incredulidad al ver la impresión de la tarjeta—. ¿Esta es la tarjeta Oro Élite de la Federación?
Tragó saliva mientras escudriñaba con cautela la tarjeta en su mano. «¡No puedo equivocarme!» Era la legendaria tarjeta Oro Élite que solo había visto en sus libros de texto de economía; prácticamente era de otro mundo, solo existía en teoría. Nadie había visto la tarjeta real, pero en ese momento ella la tenía en sus manos; estaba tan asustada que se había olvidado de respirar.
—¿C-cómo lo... llamo, señor? —Camila jadeó mientras miraba boquiabierta a Kevin.
—Nicodemus.
—Un placer, señor Nicodemus. Permítame que me presente. Soy Camila Suárez, la hija mayor de la familia de joyeros de Ciudad Clesa, la familia Suárez. Yo…
¡Toc, toc, toc! Antes de que pudiera terminar, llamaron a la puerta.