Capítulo 8 Hagamos una apuesta
—¡El gran amo Vinstor está aquí!
Alex y Mía se levantaron como Clemente les indicó y le dieron la bienvenida al patriarca de la familia. Puede que Enrique tuviera ya más de setenta años, pero seguía muy en forma. Se sentó junto a su hijo mayor, dedicándole una sonrisa cariñosa, y recorrió con la mirada el salón.
—Bueno. Con tantos miembros de la familia, nosotros, los Vinstor, seguramente tendremos un futuro aún más próspero —dijo con satisfacción. Justo entonces, se congeló durante una fracción de segundo y se volvió hacia Mía—. Mía, ¿por qué no ha llegado tu prometido? Hace mucho tiempo que no lo veo.
—Abuelo, a Elías lo llamaron a último momento de su casa, parece que tiene un asunto importante que tratar, así que puede que llegue tarde.
—Ah, ¿sí? —Enrique asintió—. Los Winsor son una familia muy grande, así que es lógico que estén ocupados con trabajo. Esperemos un poco y empezaremos el banquete cuando llegue.
Kevin frunció el ceño al escucharlo. «¿Qué desgraciado condescendiente es tan importante y poderoso que toda la familia Vinstor está dispuesta a esperar por él?».
Justo en ese momento, Enrique se percató de que había un extraño entre ellos en la mesa.
—Y éste es...
René se apresuró a presentar a Kevin, hablando con deferencia:
—Abuelo, éste es mi hermano del orfanato.
—Y también su futuro marido —añadió Kevin casi al instante.
—Ya basta. —René le dio una patada por debajo de la mesa.
—¿No me digas? —Enrique le lanzó una mirada desdeñosa a Kevin antes de reprender a René—: Me preguntaba por qué las ventas de Nivea habían bajado tan drásticamente. Veo que has descuidado el trabajo por amor.
—No es así, abuelo. La Cámara de Comercio Rosario...
Pero antes de que pudiera terminar, Alex intervino.
—Ya es suficiente, René Vinstor. Todo el dinero que usaste para empezar tu negocio salió de nuestra familia. De ninguna manera nos sentaremos a ver cómo descuidas tu deber, así que será mejor que entregues Nivea.
Los demás parientes se apresuraron a respaldar las palabras de Alex.
—¡Sí! ¡¿No tienes vergüenza?!
—El negocio de nuestra familia debe ser manejado por uno de nosotros, por supuesto. Aunque te hayas cambiado el apellido, sigues siendo una extraña, indigna de confianza.
—Ustedes... —Con los ojos enrojecidos, René gritó—: He trabajado día y noche para construir Nivea de la nada. Aunque la familia Vinstor me hubiera proporcionado el fondo inicial, hace tiempo que lo he devuelto todo después de tantos años.
—¡Ya basta! —Enrique golpeó la mesa—. ¡Silencio todos!
Justo cuando la tensión estaba en su punto máximo, alguien abrió la puerta, interrumpiendo la atmósfera pesada.
—Siento llegar tarde —se disculpó el elegante joven como un verdadero caballero.
Todos empezaron a susurrar asombrados en cuanto vieron de quién se trataba.
—¿Así que él es el prometido de Mía? El joven Elías de la familia Winsor.
—He oído que acaba de volver de estudiar en Murcia. Seguramente su futuro no tiene límites.
—¡Por favor! La familia Winsor es una de las diez mejores familias de la ciudad. ¡¿Quién hubiera pensado que Mía podría estar a la altura de alguien así?!
Elías estaba disfrutando los elogios y deleitándose con las miradas envidiosas de la multitud; tras sentarse junto a Mía, se disculpó con amabilidad:
—Siento haber hecho esperar a todo el mundo. Hubo una emergencia familiar.
En ese momento, Clemente se apresuró a agitar la mano.
—No hace falta que te disculpes. Es justo que esperemos.
Enrique, por su parte, sonrió con cariño y preguntó:
—Elías, ¿qué tipo de emergencia era? ¿Te importa compartirla con nosotros?
Tenía un agudo sentido del juicio para los negocios y ya había percibido que la ausencia de Elías era por algo extraño, a lo que el joven decidió compartir con solemnidad y en voz baja:
—Esta tarde aterrizó en Ciudad Clesa un gigante salido de la nada con un capital registrado con acciones liberadas de cien mil millones. No solo eso, sino que incluso han comprado todo el Valle Central Tecnológico para convertirlo en su sede comercial. Esto no había ocurrido nunca. Han lanzado algunos proyectos conjuntos en el mercado y, si somos capaces conseguir alguno de ellos, seguro saltaremos a la cima y nos convertiremos en la familia más importante de Ciudad Clesa e incluso de toda la provincia Solares.
Los presentes sentados a la mesa jadearon con incredulidad.
—¿Un capital registrado y con acciones liberadas de cien mil millones? ¿Quién puede ser tan poderoso?
—¡Grupo Coral! —anunció Elías con gran admiración—. ¡Son tan poderosos que es inimaginable!
—Mi querido nieto político. —Enrique estaba tan emocionado que le temblaba la voz—. ¿Crees que... la familia Vinstor podrá tener la oportunidad de siquiera conseguir la mitad de un proyecto conjunto?
—Bueno... —Elías presumió con habilidad—. Grupo Coral celebrará una asamblea de licitación en un par de días. Con la ayuda de mi familia, ustedes podrían tener una oportunidad.
—¡Fantástico! —Enrique sonrió de oreja a oreja—. Si tenemos éxito, asignaré otros ocho millones a Compañía Clarín y apoyaré totalmente su colaboración con Grupo Coral.
—¡Gracias, padre!
—¡Gracias, abuelo!
Clemente y Alex estaban en las nubes; sin embargo, aunque algunos estaban contentos, había otros que eran miserables. Elio e Isabel estaban más que desanimados ya que si la situación seguían así, sin duda toda su fortuna familiar acabaría en los bolsillos de Clemente y su familia. René, por su parte, frunció el ceño y preguntó:
—Abuelo, ¿de dónde sacará los ocho millones tan fácilmente? Se lo va a quitar a Nivea otra vez, ¿no?
Enrique la fulminó con la mirada al oír eso y replicó:
—¿Qué quieres decir? ¡Nivea también es un negocio familiar! ¿Qué importa si aporta un poco de dinero para esto?
—¡Sí! ¿Qué importa si vendemos Nivea para trabajar con Grupo Coral? —Mía puso los ojos en blanco con desprecio—. Apuesto a que estás celosa de Compañía Clarín y de que mi prometido es más capaz que este hombre que trajiste.
—Tú... —René resopló, rechinando los dientes y furiosa. Nadie en la familia Vinstor la veía como alguien merecedora de respeto.
Mientras tanto, la malicia se reflejó en el rostro de Kevin. «¿Cómo te atreves a meterte con mi hermana? Bueno, ¡los mandaré a todos al infierno!».
—René, déjame esto a mí. —Entonces, posó su mirada en cada uno de los presentes en la mesa y la fijó en Enrique—. Señor Enrique, ¿qué le parece una apuesta?
—¿Quién diablos te crees que eres para hacer una apuesta con mi padre, miserable? —lo reprendió Clemente dando un golpe en la mesa.
René se quedó pálida del asombro.
—Kevin, esto no es una broma. Yo me encargaré. No te rebajes —le susurró a Kevin.
Sin embargo, él continuó observando al anciano con una mirada fulminante.
—¿Qué pasa, señor Enrique? —lo provocó—. ¿No se atreve a hacer una apuesta conmigo?