Capítulo 15 ¡Derrochador!
—Adelante —dijo Camila después de respirar profundo para calmarse.
La puerta crujió al abrirse y Cecilia apareció detrás de ella. Tras volver, se dio cuenta de que Kevin seguía en la oficina de la gerente de la tienda, por lo tanto, la curiosidad le ganó y quiso comprobar cómo iba todo.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted, señorita López?
Cecilia entró en con sus tacones repiqueteando contra el suelo.
—¿Ya... terminaron? —preguntó con una sonrisa, algo incómoda.
—Todavía no. —Kevin señaló la tarjeta bancaria en las manos de Camila—. Ya casi.
—Tú... ¡¿De verdad lo puede pagar?! —Cecilia abrió la boca con incredulidad.
—¡Claro! ¿Creías que estaba bromeando?
Estaba completamente estupefacta. «¡Kevin no estaba fingiendo! ¡Realmente tiene el dinero!».
—Esta tarjeta no tiene contraseña, por favor, dese prisa y haga la transacción, señorita Suárez —le instó Kevin y le echó un vistazo a su reloj—. Puede que mi hermana no pueda esperar más.
—Ah, sí, claro... —Camila no se atrevió a demorarse más y se apresuró a realizar la transacción antes de devolverle la tarjeta con ambas manos; no había palabras suficientes para describir lo estupefacta que se sentía Cecilia en ese momento.
Más de cincuenta millones desaparecidos, así de fácil. Ni siquiera los Cortéz se atrevían a derrochar tanto dinero. Mientras tanto, Kevin se levantó y se dirigió a Cecilia:
—Hazme un favor, ¿sí?
—Emm... Claro...
—¿Puedes fingir que tu hiciste la compra?
—Claro... Perdón, ¿qué? —Había accedido antes de que su cerebro hubiera procesado siquiera lo que él acababa de pedirle y, cuando finalmente lo hizo, se dio cuenta de que no estaba de acuerdo—. ¿Por qué debería hacer eso? Tú eres quien ha pagado.
Ante eso, Kevin se rascó la cabeza.
—Todavía no he encontrado un trabajo. No puedo explicarle a René cómo conseguí el dinero...
Cecilia y Camila se quedaron sin palabras. «No tienes trabajo y aun así puedes derrochar más de un millón, así como así. ¿A qué familia super adinerada perteneces?».
Kevin no lo pensó mucho cuando vio la envidia de René y cómo Rosalinda la miraba con desprecio, por lo que se dejó llevar por su impulso; recién en ese momento se dio cuenta de que tendría problemas para explicárselo. Afortunadamente, Cecilia era la excusa perfecta y ella acordó hacerlo.
—No entiendo por qué quieres mentir, pero ya que lo has pedido, te ayudaré esta vez.
Su mirada hacia Kevin había cambiado para entonces: curiosa con una pizca de seducción. Hasta había comenzado a replantearse la decisión de aceptar comprometerse con Simón Cortéz tan pronto. Después de que el trío regresara a la sala VIP, Rosalinda se burló:
—¿Y? ¿Has vuelto derrotado? Sabía que no tenías el dinero.
El público también esperaba un buen espectáculo; sin embargo, para consternación de todos, Camila le lanzó una mirada de disgusto a Rosalinda y se dirigió al personal que estaba agrupado alrededor:
—El señor Nicodemus ha comprado los nueve anillos. Vamos, empaquétenlos —ordenó-
—¡Tiene que estar bromeando! —Rosalinda abrió los ojos de par en par con incredulidad—. ¡¿Un perdedor como él puede permitirse comprar estos anillos?!
¡Zas! Camila le dio a Rosalinda una bofetada y anunció:
—¡A partir de este momento, ya no eres empleada del Taller de Joyería Galván!
—¿Qué...? ¿Qué ha...? —Rosalinda se sujetó la mejilla que le ardía, estupefacta.
La multitud, por su parte, estaba aún más atónita.
—¡Maldición! ¿De verdad los compró todos? ¡M*erda!
—Este tipo debe ser hijo de alguna familia muy acomodada. Míralo, no es como ninguno de nosotros.
Algunas mujeres que fueron a comprar anillos de boda con sus prometidos estaban asombradas.
—¡Qué suerte tiene esta chica de poder casarse con un hombre así!
—¡Su novia es tan afortunada! Estoy dispuesta a perder unas cuantas décadas de mi vida si puedo casarme con él.
Las damas hablaban sin importarles que sus prometidos estuvieran al lado.
—Kevin, ¿qué está sucediendo? —René se sentía como si estuviera en un sueño, le costaba creer todo lo que estaba presenciando.
«¿De verdad compró esos anillos de diamantes tan extravagantes?».
—Te lo explicaré más tarde —susurró Kevin.
Pronto, el personal regresó con nueve cajas de lujo con incrustaciones de diamantes para los anillos.
—Señor Nicodemus, aquí tiene —anunció el personal con deferencia.
Kevin agarró una caja al azar y se la lanzó a Camila:
—Este es suyo.
—Ah... —Las palabras no podían describir lo asombrada que estaba Camila—. Este anillo cuesta más de siete millones, y ¿me lo da, así como así?
Ni siquiera siendo la hija mayor de una familia de joyeros había visto ni oído que nadie regalara un anillo de siete millones a un desconocido como acababa de suceder.
—Tengo siete hermanas, uno para cada una. Los otros dos acabarán en la basura de todos modos. Quédeselo. —Se volvió hacia Cecilia—. ¿Por qué no eliges tú también uno?
—¿Yo también? —Cecilia se sonrojó, tenía los ojos abiertos bien grande y brillaban como estrellas.
La multitud jadeó. «¿Regaló dos anillos de diamantes, así como así? ¿Cuál es la diferencia con arrojar billetes en las calles? ¡Esto es demasiado derrochador!». Después de regalar dos de los anillos, Kevin metió los siete restantes en el bolso de su hermana:
—René, tú decides para quién es cada uno.
Esos costosos anillos, cada uno de los cuales valía millones, no eran nada para Kevin, que los trataba como si fueran un puñado de falsificaciones que solo costaban un par de dólares, algo que inquietó a la multitud presente. Rosalinda, por su parte, tenía un aspecto más que sombrío, lamentable, de hecho. Si no hubiera sido tan condescendiente hacía un momento, también podría haber conseguido un anillo, pero, en cambio, había perdido su trabajo.
Los Suárez habían monopolizado la industria joyera de Ciudad Clesa y ya que Camila la había despedido, le sería imposible encontrar otro trabajo en la industria, por lo que se arrodilló en el suelo con un golpe y agarró a Kevin, que se marchaba, para suplicarle y rogarle.