—¿Por qué estarían molestos? —Alejandro levantó las cejas—. Están ocupados con sus dos pequeños nietos y no tienen tiempo para nada más. Harán cualquier cosa que les pidas.
Victoria no sabía qué decir. Aunque en realidad no quería creerle, aún era la verdad. Adrián y María amaban tanto a Nicole y Nahuel, que se negaban a dejar a los niños ir, ni siquiera por un segundo. Sus días se pasaban mimando a sus nietos o extrañándolos, y, al fin, habían asumido el trabajo de Victoria de llevar a los niños a cualquier lugar.
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