Las cálidas yemas de los dedos de Bautista rozaron la fría piel del rostro de Victoria. Su piel clara y suave resultaba agradable al tacto.
Elio vio cómo los dedos de Bautista danzaban con ternura por el rostro de Victoria. Tras acariciarle los ojos y la nariz, acabaron por posarse en sus labios rojos como el rubí.
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