A uno le resulta difícil mantener la lógica cuando se enfada: sus emociones consumen su racionalidad. Alejandro no era diferente, especialmente cuando se encontraba con su amante. Sin embargo, pareció recuperar la sensibilidad tras escuchar las palabras de Teodoro, y su ira se calmó después de eso. Alejandro bajó la mirada para ocultar la expresión sombría de sus ojos.
«Es verdad. No tengo derecho a enfadarme, ¿verdad? Como dijo Teodoro, han pasado cinco años. Debería alegrarme de que no esté casada y de haber tenido la oportunidad de invitarla a salir. No debería importarme quién es el hombre».
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