Capítulo 124 La imprevisibilidad de la naturaleza humana
Cuando Victoria despertó, estaba en un depósito abandonado. Sentía la cabeza pesada y el cuerpo flojo y débil. Tras un instante, observó su entorno y se dio cuenta de que estaba en un lugar deteriorado, con abundante humedad y con un olor nauseabundo. Tenía las manos y los pies atados por separado y el depósito estaba abarrotado de cajas de cartón desechadas. Ya tenía una idea de quién era la persona que estaba detrás de eso.
Victoria apretó los labios y respiró hondo. No sentía dolor en el estómago, así que respiró aliviada. Le preocupaba que la hubieran lastimado, pero salvo en el lugar donde le habían atado las cuerdas con fuerza, no sentía ningún dolor. De repente, oyó un ruido afuera del depósito. La pesada puerta de hierro se abrió de un empujón y el lugar se iluminó. Cristóbal entró llevando una bolsa y cerró la puerta tras de sí, sumiendo de nuevo el depósito en la oscuridad. ¡Bum! Luego, se acercó a Victoria, dejó caer la bolsa a su lado y se agachó frente a ella. La joven lo miró con calma y, al cabo de un momento, él dijo:
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