Capítulo 13 No estoy interesado en un zombi
Cuando despertó al día siguiente, Graciela se apresuró a descender por las escaleras solo para encontrar que el conductor Esteban estaba en el primer piso. Armando no estaba por ningún lado.
—Buenos días, Señora Rangel. —La saludó él—. Antes de irse, el Señor Falcón me dijo que la llevara a comprar algo de ropa.
—De acuerdo. —Graciela asintió, pero estaba intrigada por dentro. «Si este hombre no está interesado en mi cuerpo, ¿Por qué es tan bueno conmigo?».
Después de desayunar, Esteban llevó a Graciela al centro comercial más grande de la ciudad. Dejó sola a Graciela para que comprara cosas y comenzó a buscar un lugar para estacionarse.
Pero Graciela seguía de luto por la muerte de su abuela. Se sentía adormecida al caminar dentro del centro comercial.
—Señora, estos son los diseños más recientes. Puede probárselo. —De repente escuchó una voz a su lado, sacando a Graciela de su estupor.
Sin darse cuenta, había entrado a una tienda de lujo y estaba junto a un perchero.
En ese momento, recordó su propósito de ir ahí, comprar algo de ropa para ella. Se obligó a animarse y estaba a punto de tomar un vestido de seda blanco como la nieve del perchero cuando una mano apareció de la nada y le quitó el vestido del perchero antes de que ella pudiera agarrarlo.
La dueña de la mano no consideraba que estuviese siendo grosera al ofrecerle a la persona a su lado el vestido que le quitó.
—¡Érica! ¡Mira esto! ¡Te verías hermosa en él!
Graciela se apresuró a girarse hacia la fuente del sonido y vio que algunas mujeres estaban eligiendo ropa a su lado.
Érica, quien estaba rodeada de dos mujeres, usaba el mejor vestido de Desiree y sostenía un bolso de mano Hermanyze. Parecía en extremo llamativa y extravagante.
—Hum… Está bonito. —Érica alabó el buen gusto de su amiga antes de sentir una penetrante mirada sobre ella. Se giró y vio que Graciela estaba de pie no muy lejos.
Graciela tenía un semblante pálido y parecía estar mal.
Desde que pagaron su fianza, Érica investigó en secreto al hombre y descubrió que era el conductor de alguien. Nunca pensó que el conductor fuera tan competente. ¡Además, hasta tenía el dinero para patrocinar el viaje de Graciela hasta una tienda de ropa de lujo! Ya que pensó que Graciela había caído de su pedestal, sintió placer por su infortunio. Con una engreída sonrisa en su rostro, se le acercó a Graciela:
—Qué coincidencia encontrarte aquí, Graciela.
Ella la miró con odio. Estaba tan enojada que formó puños con sus manos y sus uñas se clavaron en sus palmas. ¡Deseaba poder terminar con Érica en ese momento! No obstante, no tenía nada ahora. Hasta el hombre la había rechazado de forma cruel el día anterior, por lo que no podía derrotar a Érica. Al pensar en eso, su mirada se opacó. Entonces se dio la vuelta y se fue.
Al ver que Graciela parecía deprimida, Érica supo que no podía perderse esta oportunidad para abusar de ella.
—Graciela… —Érica le impidió el paso—. Sé que aún te sientes mal porque tu abuela falleció. Toma. Hay quinientos mil depositados en la tarjeta. Te lo daré porque éramos compañeras de clase. —Sacó la tarjeta de su bolso e intentó dársela a la fuerza a Graciela.
—¡No lo quiero! —gritó y apartó la mano de Érica.
Una de las amigas de esta última se mofó.
—Graciela, ¿cómo puedes hacerle esto a Érica? ¡Ella solo estaba preocupada por ti! ¡Te dio este dinero porque le teme que te mueras de hambre! Todos saben que dormiste con un hombre cualquiera. ¿Crees que alguien querrá que lo acompañes?
Las demás añadieron:
—Ja, no cree que tenga que trabajar porque tiene un rostro bonito. ¡Solo tiene que abrir las piernas en cualquier club y le darán muchísimo dinero!
—¡Ja, ja, son tan malas!
Mientras las amigas de Érica se mofaban de Graciela, Érica las miraba con una sonrisa y no hacía nada para detenerlas.
Érica no solía ser nadie cuando estaba junto a Graciela. Estaba celosa de que los demás admiraban a Graciela, celosa de su familia y poco a poco quería todo lo que Graciela tenía. Y por fin, ¡su deseo se había vuelto realidad! ¡Sus posiciones se habían intercambiado!
Érica intentó darle la tarjeta una y otra vez y dijo con voz amable:
—Deja de ser tan orgullosa, Graciela. Toma la tarjeta. Considera que tu abuela y tus padres ahora fallecidos no quisieran que te ahogaras en la miseria….
Graciela soportó su sarcasmo, o al menos lo intentó. Cuando vio lo arrogante que Érica estaba siendo y que seguía burlándose de su familia, no pudo soportarlo por más tiempo y sujetó a Érica de su cuello, abofeteándola en ambos lados de su rostro.
Graciela la golpeó una y otra vez con una fuerza considerable.
De inmediato, Érica sintió que sus mejillas ardían por el dolor e intentó alejar a Graciela. No obstante, Graciela logró sujetar las manos estiradas de Érica y la golpeó aún con más fuerza.
—Graciela, ¿qué haces? —Alarmadas, dos de sus amigas intentaron ayudarla.
Pero después de que Graciela le lanzara una mirada asesina al dúo, se quedaron pegadas al suelo por el miedo. ¡Esta mujer es aterradora!
—¡Aunque haya perdido todo, sigo siendo una Rangel! —declaró Graciela mientras continuaba golpeando a Érica—. ¡Mientras siga con vida, juro que reviviré el nombre de los Rangel! Respecto a ti… incluso si te cubres con artículos de buena marca, ¡el hedor que emites a plebeya no puede esconderse!
No tardó mucho para que apareciera una gran multitud por la conmoción que sucedía en la tienda. Ante la mirada de los espectadores, la abofeteó hasta que sus mejillas se pusieron rojas. No podía soltarse del firme agarre de Graciela sin importar lo mucho que lo intentara. Después de tres minutos completos, Graciela dejó de abofetearla.
—¡Tú eres la que debería estar asustada! ¡Un día regresaré para vengarme! ¡Pagarás por lo que le hiciste a la abuela!
El intenso odio de sus ojos asustó a Érica. Se estremeció de forma involuntaria y sus ojos mostraban un ápice de terror.
—¡Imposible! ¡Perdiste todo! ¡Ni siquiera puedes reponerte de esto!
Ese pensamiento extinguió los miedos de Érica. Cuando intentó alzar su mano e intentó regresarle la bofetada, una mano emergió a su lado y la arrojó.
Érica no pudo evitar dejar escapar un grito de dolor mientras la enviaban al suelo.