Capítulo 10 Un regalo para ti
La cabeza, los brazos y el cuello de Graciela estaban cubiertos de vendas cuando despertó. Siseó de dolor cada vez que se movía un poco. Estaba detenida en la estación de policía.
Cuando uno de los oficiales entró para llevarle comida, le dijo:
—Es la sospechosa de un intento de asesinato contra Cornelio Soto, el director ejecutivo de la Corporación Espectro. ¡Espere con paciencia a que la corte la convoque!
¡En ese momento, ella en verdad se odió por no vigilar el auto y dejar que Cornelio se escapara! No quería solo quedarse esperando ahí ya que podía prever su predicamento, por lo que le dijo al policía:
—Quiero llamar a un abogado.
El policía se mofó de ella y la ignoró. Después de estar ausente todo el día, el policía reapareció de noche de forma inesperada y llevó a dos mujeres a la sala de detenciones. Entonces les quitó las esposas.
Graciela notó que le lanzaban miradas hostiles. Retrocedió un poco y se mantuvo en guardia. Intentó quedarse despierta, pero no lo logró y poco a poco se quedó dormida en las horas tempranas de la mañana. De repente, sintió que alguien pellizcaba su brazo con fuerza. Abrió los ojos, adolorida, pero se dio cuenta de que su boca estaba llena de algo, lo cual impedía que hiciera ruido.
—¡No nos culpes! ¡Alguien nos pagó para que hiciéramos el trabajo sucio en su nombre! —dijo una de las mujeres mientras le daba una fuerte bofetada. Continuó con malicia—. La persona dijo que podíamos torturarme como quisiéramos. ¡Solo necesitamos conservarte con vida!
«¡Cornelio es quien quiere matarme!».
El odio la abrumó y sus ojos se pusieron rojos. Luchó con toda su furia. Dobló una rodilla y le dio una patada a la mujer en el abdomen, causando que esta se doblara, a penas capaz de levantarse por el dolor.
Antes de que Graciela pudiera levantarse del suelo, sintió un ardor en la nuca. La otra mujer sujetó su cabello y le había dado unas cuantas bofetadas más. Estaba presionando las heridas de Graciela con sus dos dedos.
—¡Argh! —Graciela sentía tanto dolor que se desmayó.
Desde que llevó a las dos mujeres al mismo cuarto que ella, el policía, quien se suponía debía patrullar cada cierto tiempo, no estaba por ningún lado. De vez en cuando, el policía iba ahí para dejar la comida en el suelo e ignoraba a Graciela, quien yacía en el suelo, por completo.
En solo unos cuantos días, torturaron a Graciela a tal punto que era casi irreconocible. Su torso estaba cubierto de vendas empapadas de sangre seca y pegajosa. Las dos mujeres incluso usaban cepillos de dientes para lastimar su garganta.
Hasta podía probar la sangre cuando tragaba su saliva. Al final, ni siquiera podía hablar. Ese día, las dos mujeres torturaron a Graciela hasta que su visión se puso un tanto borrosa. Mientras yacía en el suelo, a penas y pudo escuchar las pisadas de un par de zapatillas contra el suelo.
—¿Quién golpeó a la Señora Rangel con tanta fuerza que su rostro se hinchó? —La mujer se puso en cuclillas y su mano se estiró para acariciar la mejilla de Graciela antes de apretarla con violencia.
—Hum... —Ella se hizo un ovillo por el dolor y comenzó a temblar.
Érica sintió júbilo extremo cuando vio a Graciela al borde de la muerte.
—¿No me preguntaste por qué te traté así? Es porque… —Se acercó más a la reja de metal y susurró—: ¡Te odio! Odio que hayas nacido con privilegios y que pudiste disfrutar de toda la gloria y la riqueza. ¡Odio que tuvieras una familia tan feliz! ¡Ahora nosotros somos la familia feliz! ¡Ah!
Mientras Érica estaba absorta en su discurso, Graciela le mordió su dedo. Lo mordió con toda su fuerza.
Las dos mujeres que estaban en la habitación se apresuraron a arrastrar a Graciela para quitársela y la abofetearon. Érica por fin logró apartar su mano. No obstante, su dedo presentaba un abundante sangrado.
—¡Graciela, estás loca! —Érica sacó el pañuelo de su bolsa para detener el sangrado.
Cuando su dedo dejó de sangrar, se acercó a la reja de metal de nuevo.
—Hoy es el cumpleaños de Corne. Creo que tengo que dejarte celebrarlo también, por lo que tengo un presente para ti.
Sacó una foto de su bolsa y la sostuvo para que la viera Graciela. Era una foto de Gloria. Su mano estaba colocada en su pecho y sus ojos abiertos estaban desenfocados. Parecía haber fallecido.
Graciela miró la foto y comenzó a luchar. Su mirada denotaba miseria.
—¡Así es! ¡Tu abuela está muerta! —Érica incluso extendió su mano por la reja de metal para que Graciela pudiera ver mejor la foto.
—Cuando se enteró de que eras sospechosa de intento de homicidio, se sintió tan impactada que tuvo un infarto y murió. Ves, soy buena, por lo que le pedí a alguien que le tomara una foto a tu abuela antes de morir para que te la pudiera traer.
—¡Estás mintiendo! —Cuando Graciela habló, la sangre brotó de la comisura de su boca.
Recordó que Gloria estaba recuperándose bien antes de salir del hospital el otro día. Su abuela no habría muerto de ninguna manera.
—Nunca juego contigo —se mofó Érica con frialdad.
«¡No, no! ¡Es imposible!». De repente recordó el número que Esteban le había dado y su corazón se encendió con una chispa de esperanza. Después de liberarse de las dos mujeres con toda su fuerza, sujetó una de ellas y agarró su cuello, ejerciendo fuerza con sus dedos. ¡Sabía que el cuello era la parte más débil del cuerpo!