Capítulo 12 Déjame ayudarte
Un ápice de inconformidad apareció en el corazón de Armando. Tomó un plato de la avena que le había llevado antes y se comió una cucharada. Entonces, se inclinó ante la mujer y enzarzó sus labios contra los suyos, obligándola a abrir su boca, la alimentó con la avena hasta que pasó entre sus dientes y por su garganta. Quizás Graciela estaba tan muerta de hambre que tragó la avena por instinto incluso dormida.
Así, la alimentó un bocado tras otro. En cuestión de minutos, su estómago estaba lleno de avena. Cuando esto pasó, el ceño de Armando también se relajó. Intentó retirar su mano de la nuca de Graciela, pero aun así apretó su mano y colocó su palma en su mejilla.
—Mamá… —murmuró Graciela, como si hubiera encontrado alguien en quien contar. Sus lágrimas no tardaron en mojar la mano del hombre—: Te extrañé tanto… Llévame contigo…
Armando agachó su cabeza, observó a la mujer en silencio con una mirada impasible.
—Graciela, solo tú puedes salvarte.
Quitó su mano por la fuerza mientras salía de la habitación.
En su sueño, Graciela vio a sus padres, muertos hacía ya tiempo. Ellos regresaron con ella solo para reprocharle por enamorarse de Cornelio y dejar que le quitara la compañía. La interrogación la abrumó y la hirió tanto que no pudo respirar. Sollozaba de forma miserable y les rogaba que la llevaran con ellos.
Mientras estaba en su ensoñación, escuchó que alguien le decía en su oído que solo ella podía salvarse por sí misma. Sus párpados se abrieron de la nada y todo lo que pudo ver fue el techo blanco.
Gloria podría haber estado bien, fue Érica quien fue al hospital y le dijo que Gloria que su única nieta era una asesina. Así fue como alteró a Gloria y ella estiró la pata. Graciela juró que recuperaría la Compañía Espectro y vengaría a sus padres.
«¡Cornelio Soto y Érica Heredia! ¡Deben pagar con sangre!».
Sus ojos llenos de lágrimas adoptaron una expresión helada y resuelta. Tomó su vestido de la silla y se cambió de ropa, entonces salió de la habitación.
Tras descender por la escalera, vio que un hombre estaba sentado en el comedor. Llevaba puestos una camisa y un chaleco gris, parecía que acababa de salir del trabajo. Tenía una mirada indiferente y estaba disfrutando de su cena mientras escuchaba el reporte de Esteban.
—Señora Rangel. —Esteban fue el primero en notar a Graciela y le lanzó una débil sonrisa—: ¿Se siente mejor?
Graciela asintió:
—¿Cuánto tiempo estuve dormida?
—Una semana.
—¿Tanto? —Graciela estaba sorprendida.
De todas maneras, estaba anonadada porque no había muerto de hambre a pesar del largo y profundo sueño.
La ama de llaves se dirigió a la cocina para darle un plato y cubiertos antes de colocarlos frente a ella.
Graciela miró a hurtadillas al hombre sentado frente a ella. Quería preguntarle algo, pero al ver que Esteban le estaba reportando algunos asuntos, agachó su cabeza y comió en silencio.
Poco después, Armando terminó con su cena. Se levantó del asiento y subió las escaleras de inmediato. Graciela también tras dejar su tenedor y cochara.
Siguió a Armando y entró en su dormitorio. Él estaba quitándose su chaleco y se dirigía al baño. Mordiéndose su labio, Graciela reunió todo su coraje y se le acercó.
—Déjeme ayudarlo con eso. —El hombre era tan alto, que Graciela tuvo que levantar sus manos hasta arriba solo para poner sus manos en el botón de su camisa.
Armando no se movió. Tan solo vio hacia abajo sin apartar la mirada.
Los dos estaban tan solo a algunos centímetros de distancia. Graciela podía sentir la estremecedora vibra emanando del cuerpo del hombre. Por desgracia, ella sentía que sus manos temblaban de forma involuntaria y ni siquiera podía desabotonar su cuello.
Armando tenía una expresión indiferente y apartó sus manos.
—¿Qué haces?
—Yo… —Graciela apretó sus labios—. Gracias por hacer que me sacaran de la estación de policía.
De no ser por él, la habrían dejado ahí y luego la habrían llevado a la corte. Además, él también había organizado lo relacionado con el funeral de Gloria.
«Ahora que me quitaron todo. Todo lo que tengo es… Esto»
Al pensar en eso, Graciela deslizó el cierre en la parte trasera de su vestido y este cayó al suelo. Mientras exponía su delicada piel ante el aire, su cuerpo se estremeció un poco.
Armando estaba de pie, sus rostros se encaraban, por lo que era inevitable que lo viera todo. Su respiración se aceleró un poco.
Al notar su mirada, Graciela se sintió intranquila. Colocó sus manos en su pecho, parecía estar cubriendo algo.
—Por favor ayúdeme. Se lo ruego. Necesito recuperar Corporación Espectro —dijo ella con su voz repleta de odio.
«La corporación es el legado que me dejaron mis padres. ¡Tengo que recuperarlo sin importar qué!».
—¿Por eso te desnudas ante mí? —Le lanzó una penetrante mirada y se mofó—. Incluso las mujeres en un burdel intentarían seducir a los invitados, pero tú… Pareces como un zombi, parada ante mí. ¡La única diferencia es tu piel blanca!
Graciela no había esperado eso. Le entregó la última pizca de dignidad que tenía, pero solo recibió a cambio críticas. La repentina humillación que surgió en su interior causó que sus mejillas se pusieran rojas como tomate.
En ese momento, el teléfono de Armando sonó.
—No me interesan los zombis. Ponte tu ropa y regresa a tu habitación. —Mientras el hombre decía eso, se dirigía hacia la ventana para responder la llamada.
Graciela, por su parte, se apresuró a ponerse su vestido y se escabulló de la habitación, manteniendo su cabeza agachada todo el tiempo. Azotó la puerta tras ella, se deslizó a lo largo de la puerta y se sentó en el suelo. Al pensar en lo que acababa de decirle, se sintió avergonzada, pero al mismo tiempo enojada mientras enterraba su cabeza entre sus brazos.
No tenía ni idea de quién era con exactitud ese hombre, pero parecía saber todo. Hasta pudo pedirle al jefe que la sacara en persona de la estación de policía. Solo eso era suficiente para probar que no era un hombre ordinario. Pensó que quería llevársela a la cama. Además, no podía ofrecerle nada más. Aun así, la acababa de rechazar.