Capítulo 8 El brutal Cornelio
Justo cuando el auto estaba a punto de golpear a Graciela, alguien emergió de la nada y la quitó. El auto pasó por donde estaban ellos y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
—Señora Rangel, no vale la pena morir por un hombre. —Quien había salvado a la mujer era el conductor de Armando, Esteban. Y continuó—: ¿Quién cuidará de su abuela si muere aquí?
La devastada Graciela por fin regresó en sí. «¡Es cierto! ¿Quién cuidará de mi abuela si muero?».
Poco después un auto se detuvo ante ellos. Esteban le abrió la puerta trasera.
—El Señor Falcón quiere verla. Puede darle lo que necesite.
—Puede darme lo que quiero, ¿pero qué podría darle a cambio yo? —Ella sonrió con amargura. No era una idiota como para pensar que un hombre la ayudaría de forma incondicional solo porque durmió con ella por accidente.
No solo arruinó su reputación, sino que perdió todo en ese momento. Sujetando sus brazos, Graciela respondió con tono grave:
—Gracias por salvarme. Además, dale gracias de mi parte al Señor Falcón, pero no quiero perder mi último dejo de dignidad.
Al ver la reacción de Graciela, Esteban no dijo nada más. Le dio una tarjeta de negocios y le dijo:
—Señora Rangel, aquí está mi número. Solo llámeme si necesita algo.
—De acuerdo. —Graciela tomó la tarjeta sin pensarlo mucho y se fue.
Poco después, Esteban regresó al Jardín Zafiro. Cuando vio a Armando, le contó lo que le dijo Graciela. Tras lo cual añadió:
—Señor Falcón, ese auto parecía acelerar directo hacia la Señora Rangel.
La expresión de Armando se ensombreció.
—Investiga el asunto y asigna a alguien para que la siga en secreto. Solo asegúrate de que esté a salvo.
«Esa mujer tiene que aprender a controlar su orgullo».
Graciela fue al hospital. Gloria había estado en cama por algunos días desde su último ataque cardiaco. Ya no necesitaba una máscara de oxígeno.
A pesar de que Gloria no podía salir de la cama aún, su complexión había mejorado. Graciela se forzó a sonreír y entró a la habitación.
—Abuela, ¿cómo te sientes?
—Mucho mejor. —Tan solo al verla, supo que Graciela había llorado hacía poco. Frunció el ceño y preguntó—: ¿Cornelio abusó de ti cuando te vio?
Graciela sacudió su cabeza y se acercó para sujetar la mano de su abuela.
—No, solo me preocupo por ti, tienes que estar sana.
Quizás era porque Graciela actuó a la perfección, pero Gloria no dudó de sus palabras.
—Graci, encuentra el tiempo para divorciarte de Cornelio. El hombre es un ingrato. En vista de que ya tiene la compañía, estoy segura de que no te perdonará con tanta facilidad.
—De acuerdo…
Gloria aún no sabía que Graciela ya había caído en el truco de Cornelio desde hacía tiempo. Y que hasta se había enterado de la verdad tras la muerte de sus padres.
Graciela se quedó en el hospital de su abuela durante los siguientes días. Rompió la televisión de la habitación para no dejar que su abuela viera las noticias. Y no solo eso, sino que le prohibió al personal del hospital que llevara diarios.
Al ver que su abuela se recuperaba poco a poco, Graciela por fin logró sonreír y sintió que seguía con vida.
Un día, una ama de llaves llamó a Graciela.
—Señora Rangel, hay mucha gente en la casa sacando cosas.
Antes de que la ama de llaves pudiera terminar la llamada, colgaron.
Graciela tomó un taxi y se apresuró a la Mansión del Sur. La escena era un desastre cuando llegó. Muchos hombres estaban empacando antigüedades caras.
Los hombres, que estaban buscando artículos valiosos en el segundo piso, arrojaron los artículos indeseados por las escaleras para ahorrarse molestias. Poco después, arrojaron dos placas conmemorativas por las escaleras.
Graciela se lanzó de inmediato hacia estas, pero fue demasiado tarde. Las placas conmemorativas de sus padres se quebraron en cuanto se estrellaron en el suelo. Sostuvo las placas en sus brazos y sus ojos se pusieron rojos al instante. Graciela miró al trabajador. Sus ojos estaban llenos de odio.
—¿Cómo pueden arrojar las placas funerarias de alguien? ¿No le tienen miedo a la retribución divina?
—El jefe nos dijo que nos encargáramos de algunas cosas que ya no quería. —Ella había asustado al trabajador y se alejó de inmediato.
Con voz trémula, Graciela murmuró:
—Papá, mamá. Lo siento… —Limpió la suciedad de las placas mientras sus lágrimas caían en estas—. Cornelio Soto, ¡eres un hombre tan cruel! Mataste a mis padres y ahora hasta quieres destruir sus placas funerarias.