Capítulo 5 ¿Cuál es la verdad?
—Señora Rangel, el Señor Falcón pagó la cuenta médica de su abuela —dijo el conductor mientras le entregaba los recibos a Graciela.
Ella los tomó con sus trémulas manos. Su corazón se relajó en cuanto vio la lista de las medicinas que compró.
—¿Cornelio te envió para que me recogieras? —le preguntó, expectante.
Sabía que había cámaras instaladas en las puertas frontales. ¡Cornelio podría estar mirándola en ese momento!
El conductor agitó su cabeza.
—El Señor Soto fue quien le quitó todo y la trató como un perro. ¿Qué es lo que sigue esperando? —Abrió la puerta trasera del auto—. Por favor, Señora Rangel.
Graciela alzó su cabeza. Notó al hombre sentado en la parte trasera del auto con sus piernas cruzadas. Estaba sosteniendo un cigarrillo entre sus dedos, parecía bastante hostil.
—No lo conozco…
—El Señor Falcón le dirá todo lo que desee saber —dijo el conductor—. Y, por cierto, no tiene ganas de esperar.
Graciela comprendió el significado tras las palabras del conductor. No tenía ni idea de quién era ese hombre o de dónde venía, pero quería saber la verdad. Apretó sus dientes y se levantó arrastrándose. En cuanto se movió, la herida de su pierna se abrió y comenzó a sangrar.
El conductor se apresuró a cubrir la herida de Graciela y le entregó una toalla de baño. Cojeó hasta el auto y se sentó junto al hombre.
El auto rugió al encenderse poco después. Con la ayuda de la luz del auto, Graciela estudió el perfil lateral del hombre y pensó que lucía familiar.
Graciela apretó sus labios.
—¿Qué quiere decirme?
El hombre no respondió. Giró su cabeza y la miró con frialdad. Entonces fijó su mirada en su cuello.
—Regrésame el collar. —Su ronca voz era fría y grave.
Graciela tocó por reflejo el collar en su cuello. Cuando escuchó la palabra: «Regresar», comprendió con premura que él dejó ese collar anoche y comenzó a temblar de ira.
—¡E… Eres el hombre de anoche! ¡Vi la foto de ese perfil antes! ¿También fuiste quien envió el mensaje? —le preguntó Graciela. Alzó su mano queriendo abofetearlo—: ¡Bestia!
—No fui yo, pero fui quien reservó esa habitación. —El hombre alzó su mirada y la miró—. ¿Quieres saber por qué entré a tu habitación aquella noche?
La mano de Graciela se detuvo a mitad del aire. Recordó que había salido de la puerta y estaba a punto de tocar cuando alguien la empujó por detrás.
—¿Qué quieres decir? —Graciela se rio por la exasperación—. ¿Si reservaste la habitación, por qué alguien más me enviaría el mensaje? No tengo ningún problema contigo, ¿entonces por qué estás intentando arruinarme?
Armando Falcón replicó:
—¡Qué idiota! —Antes de que Graciela pudiera responder, Armando le arrancó el collar de su cuello y lo limpió con un pañuelo—: Dirígete hacia el hotel. Quiero mostrarle la verdad a la Señora Rangel.
—Sí, Señor Falcón.
No pasó mucho tiempo para que el auto llegara al estacionamiento subterráneo del hotel.
Ese lugar no le traía buenas memorias a Graciela. Cuando recordó los eventos de esa mañana, un escalofrío recorrió su espina. La venda envuelta alrededor de su pierna y su cuerpo húmedo la hacía añorar mejores días.
Entró a la habitación con Armando. Con la toalla de baño apretada contra su cuerpo.
—¿Cuál es la verdad? —preguntó.
Armando miró de reojo a su conductor y este sujetó el control remoto de inmediato para encender la pantalla plana que estaba en la pared. Un video en vivo de la habitación apareció en la pantalla. Graciela miró que un par de figuras familiares entraban en la habitación. ¡Era Cornelio, quien se acababa de divorciar de ella y su mejor amiga, Érica!
—Corne, felicidades por lograr lo que deseabas. —Ella abrazaba al hombre por detrás. Sus delicadas manos exploraban su cuerpo mientras continuaba—: Pero en verdad eres malévolo. No le dejaste nada de dinero a Graciela. ¡Escuché que las medicinas de su madre son muy caras!
—Una persona vieja está mejor muerta —dijo él de forma despiadada. Se giró y le dio un fuerte beso a Érica—. Todo es gracias a ti, por fin pude quitarle las acciones de la corporación a los accionistas y apoderarme de la corporación en un solo golpe.
—Bueno, eres mi novio. ¿Si yo no te ayudo, quién lo hará? —Érica le dio un golpecito al hombre—. Ya arreglé las cosas en la estación de policía. Graciela no podrá investigar nada incluso si sobrevive. ¿Pero siempre has sido tan despiadado, Cornelio? Hasta atentaste en contra de tus padres adoptivos.
Cuando escuchó las palabras de Érica, la mente de Érica se quedó en blanco. Su cuerpo tembló antes de caer en el pecho ancho de alguien.
«¡Mis padres no murieron en un accidente! ¡Cornelio los asesinó!».