Capítulo 9 Envíenla a la cárcel
Cuando los trabajadores terminaron de llevarse todo, la otrora gloriosa mansión estaba vacía. Hasta les habían quitado las puertas hechas de palo de rosa.
Una vieja ama de llaves arrastraba una caja y entró cojeando a la casa. Había algo de ropa y joyas caras dentro de esta.
—Señora Rangel. Guardé algunas de sus cosas favoritas en esta caja cuando los vi venir.
Graciela miró la pierna de la trabajadora y supo que los trabajadores fueron los responsables. Sus ojos se pusieron rojos mientras decía:
—María…
Su madre había llevado a María y era quien la había acompañado desde que era joven.
En vista de que María tenía miedo de que esas personas regresaran, le pidió a Graciela que la llevara en auto hasta su casa. Había dos dormitorios y una sala de estar. Le dejó la habitación más limpia a Graciela.
—Cuando comencé a trabajar para su madre, ella pagó esta casa para mí. Por desgracia…
Cuando escuchó eso, Graciela sonrió con amargura. Hasta una ama de llaves sabía pagar la bondad que se le mostró. A pesar de toda la ayuda de Graciela y su apoyo, ¡Érica decidió darle la espalda!
Graciela arregló las placas de sus padres como era debido. Además de la joyería que su madre le había heredado, le entregó el resto en la caja a maría.
—María, pondré las placas de mis padres en tu casa por ahora. Aún tengo algunos asuntos sin resolver.
—Escuché que la Señora Rangel está enferma. ¿Por qué no va al hospital a cuidarla? —replicó.
—La abuela tiene a enfermeras para que la cuiden. Deberías de quedarte en casa y descansar ya que tu pierna no está bien. —Tras despedirse de María, Graciela se dirigió al hospital.
Estaba perdida en sus pensamientos mientras conducía.
«Ahora no tengo nada. ¿Cómo se supone que me vengaré? ¿Cómo recupero la corporación?».
De repente el frío rostro del hombre apareció en su mente. Apartó esa idea de su pensamiento. Decidió visitar a su abuela antes de que se le ocurrieran otras cosas. En ese momento, un Bentley la rebasó. La ventana del asiento trasero estaba un poco abierta y vislumbró a la persona dentro de reojo. ¡Era Cornelio!
Pisó a fondo el acelerador para alcanzar al auto frente a ella. Cuando recordó lo cruel que fue Cornelio y la manera en la que azotaron las placas funerarias en el suelo, sus ojos se llenaron de ira y odio. Era la oportunidad perfecta para matarlo. Si pudiera matarlo y vengarse de sus padres, no tendría que rogarle al hombre y podría conservar un ápice de dignidad.
El Bentley ante ella cambiaba de carriles con frecuencia y Graciela casi lo perdió varias veces. Cuando por fin lo alcanzó, sonrió con crueldad antes de pisar el acelerador, apuntándole directo al auto. El auto negro sufrió el impacto y salió volando. Se dio algunas vueltas antes de aterrizar de cabeza.
Mientras tanto, Graciela no pudo controlar el volante por el impacto y su auto chocó en la barrera antes de girarse. Pedazos de vidrio se alojaron en su piel, ella estaba sentada en el asiento del conductor y su cabeza sangraba. Jadeó y miró al Bentley, el cual se había incendiado y estaba cerca. Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro. ¡Por fin había obtenido justicia por sus padres!
Antes de que Graciela pudiera sentir alivio, vio que Cornelio caminaba hacia ella, ileso. Sus ojos se abrieron más al verlo con su traje sin una sola arruga.
—Graciela, vivimos juntos por veinte años. Te conozco como la palma de mi mano. Noté que estabas persiguiendo mi auto. Por ende, hice que alguien más trajera otro auto y me metí en este cuando esperaba que el semáforo cambiara a verde.
—Cornelio… —Graciela apretó sus dientes por el odio. Antes de poder terminar su oración, se desmayó y su cabeza cayó en el volante.
Cornelio miró su sangriento cuerpo y pálido semblante. Recordó la manera en la que solía aferrarse a él y decir su nombre con su dulce voz, entonces su fría mirada tuvo un ápice de calidez. Justo cuando estaba a punto de extender su mano, se escuchó que una ambulancia se acercaba. Los paramédicos se apresuraron a bajar de esta.
«¿Cómo es que la ambulancia llegó con tanta rapidez?».
No obstante, no pensó en eso por más tiempo al ver que los paramédicos se acercaban. Entró al auto y ordenó con frialdad:
—¡Llamen a la policía y demanden a Graciela por intento de asesinato! ¡Quiero que vaya a la cárcel!
No tardó mucho para que Érica, quien estaba con su hijo en casa, recibiera una llamada de su informante. Le dijo que Graciela había intentado matar a Cornelio en un accidente de auto, pero que en lugar de conseguirlo había acabado en el hospital.
Cuando escuchó las noticias, Érica se sintió deleitada. La última vez que Graciela fue a la mansión para causarles problemas, su hijo se había caído y estuvo inconsciente durante un día entero. ¡Pensar en eso aún la hacía sentir miedo! Érica dijo con un tono lleno de odio:
—¡Envía a dos personas allá para que se encarguen de ella!
«Graciela se acercó a mí en la universidad por su propia cuenta. Me llevó mucha ropa y bolsos. Todo eso solo hizo que me diera cuenta de que la vida no es justa. Es la culpa de Graciela por no tener un buen juicio de la gente. ¡Al principio quería olvidarme de ella, pero casi mató a mi hijo! ¡De ninguna manera la perdonaré!