Capítulo 4 Ni Graciela, ni perros pueden pasar
—¡Abuela! —gritó Graciela. De inmediato se salió de la habitación para llevar al doctor. Este llevó a Gloria a urgencias. Graciela no pudo evitar que las lágrimas corrieran por su rostro. Sorprendida por completo, iba de un lado al otro en el corredor.
«¡No me perdonaré si algo le pasa a la abuela!».
No tardó mucho para que la sacaran. Estaba usando una máscara para oxígeno.
El doctor le dijo a Graciela:
—El ritmo cardiaco de la paciente regresó a la normalidad, pero tiene que recibir tratamiento y tomar sus medicinas. La medicina que toma es un tanto peculiar, por lo que debe pagarla antes de que podamos recetarla.
—¡De acuerdo, gracias! —Tras enterarse de que Gloria estaba estable, Graciela suspiró por el alivio. Se apresuró a bajar las escaleras para cubrir los gastos médicos.
Cuando intentó pagar con sus tarjetas de crédito, se dio cuenta de que ninguna de ellas funcionaba.
Graciela le llamó a Érica con ansiedad.
—Eri, ¿por favor podrías preguntarle a Cornelio por qué todas mis tarjetas están congeladas? Tengo que pagar los gastos médicos de mi abuela para que pueda tomar su medicina y…
—¿Ya se te olvidó, Graciela? —la interrumpió ella de forma grosera—: Te fuiste del matrimonio sin nada. —Sin esperar su respuesta, colgó.
Las palabras se le quedaron atoradas a Graciela en la garganta, la condición de Gloria era una emergencia, por lo que se apresuró a tomar un taxi hacia la Corporación Espectro. Quería saber por qué Cornelio le quitó la compañía y la trataba de forma cruel. No le parecía adecuado que insistiera en que no se llevara nada del divorcio.
Cuando el taxi se detuvo fuera de la corporación, estaba lloviendo. Graciela corrió hacia el edificio para resguardarse de la lluvia. Pero antes de poder entrar, el guardia de seguridad la empujó con fuerza y ella cayó al suelo.
—Por favor déjenme pasar. Tengo que ver a Cornelio. —Ella se arrastró para levantarse y le rogó al guardia de seguridad. Su rostro estaba blanco como una sábana después de empaparse por la lluvia—. Necesito dinero para comprar una medicina para mi abuela. Morirá sin eso.
El guardia la empujó de nuevo y le mostró un letrero.
—Señora Rangel, ¡por favor mire este anuncio!
Ella se limpió el rostro del agua de la lluvia y lo miró.
«¡Ni Graciela ni los perros no pueden entrar!».
—¿Cornelio, te ofendí de alguna manera? —Su rostro estaba mojado por una mezcla de lágrimas y gotas de lluvia.
Cuando tenía tres años, su padre había llegado a casa con un pequeño niño.
—Graci, sus padres murieron en un accidente de auto, por lo que de ahora en adelante se quedará con nosotros. Trátalo como a tu hermano. —Le había dicho su padre.
En ese entonces, Cornelio solo tenía seis años.
—Hola mi princesa. ¡De ahora en adelante te protegeré! —La saludó mientras le lanzaba una apuesta sonrisa.
Cornelio se mantuvo fiel a su palabra hasta ese momento. En su interior, siempre había pensado que él era parte de la familia. Era su príncipe encantador. Él la había malcriado tanto que ni siquiera tuvo que aprender nada. Había pasado todo su tiempo libre comprando ropa y bolsos. No lo desobedecía ni una vez.
«¿Por qué es tan despiadado? Me quitó todo, me dejó sin nada. Hasta dejó un mensaje para burlarse de mí, diciendo que soy peor que un perro. ¿Lo dice porque otro hombre me quitó mi virginidad?».
Los empleados que estaba entrando al edificio detectaron que Graciela estaba en el suelo, la reconocieron y la apuntaron.
—La Señora Rangel no tiene decencia. Está casada, pero durmió con otro hombre en el hotel.
—Escuché que el Señor Rangel se divorció de ella. ¡Qué bien!
—Sin el Señor Soto, la corporación habría quedado en bancarrota. Ella es demasiado tonta como para dirigir la compañía.
En la oficina del director ejecutivo, Cornelio estaba sentado en su silla y miraba el video en tiempo real en la entrada de la Corporación Espectro. Tuvo sentimientos encontrados cuando vio a la mujer tirada en el suelo empapada de lluvia.
No tardó mucho en que su molesta expresión se volviera distante. Tomó la fotografía de una joven pareja con deslumbrantes sonrisas que estaba en el escritorio y la arrojó al basurero sin titubear.
—¡Graciela, tu familia me debe mucho!
Ella le rogó con tanto ahínco al guardia de seguridad e incluso les pidió a los gerentes que trabajaban ahí que la ayudaran, pero nadie se ofreció a auxiliarla. El guardia de seguridad pensó que su presencia era molesta y la obligó a que saliera a la calle usando su vara antidisturbios.
La pierna de Graciela chocó con el barandal y el cable rasgó su pierna, formando una larga herida. Ella se quedó sin aliento y cayó al suelo sin poder encontrar la energía para levantarse de nuevo. Sintió que se desvanecía y sus ojos se nublaron por las lágrimas. Solo en un día, había perdido todo.
Después de un rato, el cielo se puso oscuro. Seguía lloviendo. Un Maybach se detuvo al lado de Graciela y el conductor descendió del lado del pasajero. Tenía una sombrilla y se acercó a Graciela.