Capítulo 9 El chico amable
Su mirada me hacía dudar si decía la verdad o era parte de su juego. Tenía una niña experiencia con hombres que no tenía punto de referencia para no caer fácilmente en su juego. Estaba tan temerosa de lo que pasará que tener a mi madre aquí, posiblemente me ayudaría a no cometer una locura, una que podría arrepentirme después.
— No lo prometas. Estoy cansada de escuchar promesas que no se cumplen. — comento retomando mi camino a la salida del centro comercial.
— Vaya, también te han herido. Pensé que, al ser tan libre, estabas exenta de decepciones. — murmura con tristeza.
— Nadie en el mundo está exento de ellas. Incluso podría decir que los animales y las plantas sufren decepciones. Los animales también tienen hambre y seguramente tienen comida favorita, cuando no encuentran lo que les gusta comer y deben conformarse con otra cosa, deben experimentar la decepción.
>> Con las plantas, ellas esperan amor, abono y sol. Cuando no les das amor, se entristecen, cuando le dan poco o mucho, mueren. Pienso que recibir mucho también causa decepciones, porque no comprenden cuanto necesitan y recibir poco, te decepciona por no recibir la atención que mereces. Todos sufrimos decepciones de cierta forma y el ser humano, diría que es experimenta todas en el transcurso de nuestra vida e incluso antes de nacer.
— ¿En serio?
— Leí un artículo donde muchos niños durante la cesárea, buscan la manera de alejarse del canal de salida. Muchos suben casi hasta los pechos de sus madres, porque no desean salir. Otros sufren ahorcamiento por su propio cordón umbilical y un sinfín de problemas durante el nacimiento.
— ¿Qué tiene que ver eso con las decepciones?
— El niño que no quiere salir de su madre, sufre la decepción de dejar un lugar cómodo y líquido, para salir al frío, seco y abrupto mundo. Deja de vivir comodidades en el único hogar que conocía, para experimentar dolores y alegrías. Su decepción se basa en no dejarlo quedarse en el lugar que le gustaba.
— Pero salió y experimentó nuevas e incluso mejores cosas, ¿no lo crees?
— Cuando sufres decepciones te toca experimentar un nuevo acontecimiento, molestia o alegrías que te ayudan a crecer o estancarte depende como lo tomes. Como bebé, sufres sin que ahora lo recuerdes y es no recordar el sufrimiento y las decepciones, lo que te hace crecer. Yo hago eso, veo lo positivo de todo lo malo y suelto para crecer. Por eso, soy libre aún en medio de tantas decepciones.
Serkan asiente sorprendido, para después adquirir una actitud curiosa y un tanto confundida.
— ¿Y qué pasa con la decepción del bebé siendo ahorcado por el cordón umbilical?
— ¿Qué peor decepción que casi morir por culpa de algo que estuvo contigo desde el inicio? Esa es una de las más fraudes decepciones que quiero evitar entre los dos. No quiero que te acerques a mí hagas parte de mi vida personal y seas mi amigo para después matarme en el momento menos pensado. — respondo
— Como el cordón umbilical…
— Exacto
— Tienes una forma extraña de ver las cosas, ¿te lo habían dicho antes? — pregunta curioso.
— Eres la primera persona con la que dejo fluir mis pensamientos. Con los demás, la poca comunicación que hemos tenido ha sido cuando hay compromisos grupales y normalmente, nadie entiende mi objetivo, por lo que, termino haciendo las cosas sin comentarlas con alguien más y solo esperando la opinión de ellos al verlas realizadas.
— Yo no podría hacerlo. Todo lo que haga, debo primero consultarlo con mi familia y si es relacionado con mi estudio o el fútbol, para eso tengo a mi grupo de estudio y mis compañeros de equipo, sin mencionar que, en el equipo de fútbol, hay un grupo que, junto con el entrenador, analiza jugadas y nos las explican para obtener mejores resultados. En conclusión, en todo hay varias personas involucradas y debido a ello, cuando tomo una decisión es con base a los puntos estudiados y no, por lo que inicialmente pensé al escuchar un tema o propuesta.
— Entonces, el hecho de que te encuentres aquí hablando conmigo ya fue analizado con tu familia o amigos, ¿no es así? — pregunto curiosa.
— Bueno… tú eres la excepción a esa regla. Siento que en esto no necesito la opinión de otros y por ello, salí de mi zona de confort para poder conocerte. Salí de ella para estar aquí, hablando contigo.
Mi corazón se acelera con fuerza y tuve que cerré mis ojos y detener mi andar para no desmayarte.
— Deberías usar un mejor filtro con tus palabras. Sabes el efecto que casual en mí y el que confieses abiertamente que por mí sales de tu zona de confort, no me ayuda. — murmuro al borde de un desmayó.
— Ross, mi intención es que no me idolatres. No soy un ídolo o algo que merezca tanto tu tiempo. No quiero que te degrades como ser humano, colocándome en un altar que no merezco, cuando eres tú quien debe dedicarse el mayor tiempo posible, consentirse y crear su propio modelo a seguir. — dice enfrentándome.
— ¿Te molesta que te siga? — pregunto ignorando cuánto pierdo de dignidad al confesar mi delito.
— No, si quieres verme, hazlo libremente. Pero no quiero que me veas como una recarga motivacional. Me halaga que me veas así, pero no merezco dicho puesto cuando no he luchado por tenerlo. Eres tú quien lucha con tus decepciones y crece siendo mejor chica, ese mérito es tuyo y debes recargar tus energías, pensando en lo fuerte que eres y no viéndome.
La vergüenza me invade al escuchar sus palabras.
— ¿cómo lo sabes? — pregunto curiosa por su respuesta y esperándola, veo cómo suspira.
— Te seguí ayer. Tenía miedo de que algo pasara mientras regresaban a casa y por eso te seguí y escuche tu conversación con aquella chica. — confiesa dejándome sin palabras.
¿Él me siguió? Un momento, ¿él me acompañó hasta mi casa y yo no lo note? ¿Cómo pudo ser posible? — me pregunto mentalmente y es cuando recuerdo la voz que escuché, su voz. Esa que nos causó temor al pensar que estábamos siendo perseguidas.
— Lo escuchaste… — murmuro sorprendida y apenada.
— Me encantó ser una recarga de motivación. Me gustó que no fuera solo objeto de críticas para mejorar o chicas queriendo aprovecharse de mi posición económica. Pero me parece injusto que te expongas a tanto por alguien que no es perfecto y no merece tal mérito que le has colocado. — comenta con tranquilidad mientras yo no sé qué decir.
— Eso… — murmuro intentando encontrar alguna palabra en mi mente. Pero esta en blanco, he quedado en blanco.
Serkan coloca su mano en mi hombro cuando se cólicos frente a mí intentando que avance.
— Si quieres conocerme, lo acepto y me gustaría que fuéramos buenos amigos. Por eso, si nos vemos en la cancha, siéntate en las gradas y ni me hagas buscarte bajo ellas. Si estamos en la biblioteca, siéntate cerca de mí y hablemos un poco.
>> Hoy pudiste hacerlo sin volver a desmayarte. Estoy seguro de que pronto ya ese no será un problema y si lo es, tengo bastante alcohol y un pañuelo para ayudarte a despertar. — responde sonriente.
— No siempre será necesario, dame cinco minutos y despertaré sola. Así, no llenaré de alcohol mis pulmones. — murmuro asombrada por su toque y él empeora todo sonriéndome.
Dios, cuando veía tinkerbell de niña y Roseta perdía fuerzas en sus piernas cuando un hada la invitaba a patinar en el hielo, me pareció muy cliché y tonto, pero ahora que él me sonríe, entiendo porque las piernas fallan cuando un chico libro te habla y sonríe. Serkan nota que no estoy bien y me toma en sus brazos antes que caiga al suelo.
Sus brazos fuertes me rodean y yo me siento en el cielo. Hermanos y hermanas de la iglesia, ya sé que es estar en el cielo. Ahora sé porque muchos luchan por ganarlo. Estar en él es increíble.
— Te tengo — susurra apreciándose a su pecho mientras mis piernas siguen como gelatina y yo ahogo un suspiro.
Es cierto, me tiene. Me tiene loca y tontamente embelesada. Dios, la Ross racional desapareció, ahora ya no necesito ocultar mi admiración hacia él y con su permiso, estaré más cerca. Mucho más cerca. Algo con lo que solo pasaba en sueños. Esos que no tienen punto de comparación con experimentarlo en la realidad.
Oler su aroma, sentir su cuerpo y ver su sonrisa mientras me habla, ha elevado tanto mis niveles de felicidad que nuevamente pierdo la consciencia sonriendo por tenerlo tan cerca.
Dios, este hombre es más de lo que pensé. Es atento, amigable y servicial. Señor mío, sin duda, tú lo mandaste para mí, ¿cierto? Dime que sí. Dime que ese es mi premio por vivir sola y sin amigos. — pido en medio de mi inconsciencia buscando una respuesta positiva. Necesito saber que esta es mi recompensa. Que estar cerca de él lo es.
Evidentemente, ningún problema vivido anteriormente, me resulta trascendente. Incluso que mi padre me abandonar en el centro comercial lo es, si a partir de ahora estaré más cerca de él y con su aprobación.