Capítulo 7 Salir con papá
Al día siguiente
— Ross, despierta. Hoy tengo el día libre y podremos hacer las cosas de chicas que tanto hacen las chicas de tu edad. — dice mi padre moviendo levemente mi tobillo.
Siento que todo mi cuerpo duele y ello me recuerda la maratón que pedalee para llegar al partido. Me quejo y entre mis propias quejas, miro el reloj de mi mesa de noche y me quejo.
— Papá, son las cinco de la mañana. Es muy temprano. — me quejo.
— Te levante con lo de ir de compras para que despertarás. Pero antes de eso vamos a la iglesia, hace semanas no voy y lo necesito. Así que, levántese señorita. — dice tomándome del tobillo y bajándome de la cama.
— ¡Papá! — grité cuando mi trasero golpea con fuerzas el suelo.
Mi vista se enfoca en su rostro y toda queja queda en el olvido cuando observó cómo me ha lanzado con sus ojos vendados. Es allí cuando recuerdo que duermo desnuda y que él ha tomado su antifaz de dormir, para no hacer esto más incómodo.
— Ve a alistarte. En media hora vengo a buscarte — dice dando media vuelta sobre sus talones y tanteando el aire para llegar a la puerta.
— Más a la izquierda — digo en medio de suspiros al ver que está a punto de estrellarse con mi sillón.
Él acata mi comentario y sale tanteando la puerta para cerrarla. Suspiro profundo ante su despertar tan doloroso y me levanto de la cama para volver a acostarme. Sin embargo, su amenaza explícita me impide volver a dormir. Él es capaz de volver a buscar con todo y antifaz. Por lo que, busco mi ropa para ir a la iglesia y a regañadientes, me bañó con el agua fría que mi padre me dejó.
Si algo no me gusta de levantarme temprano y que mi padre esté aquí, es que se gasta toda el agua caliente y a mí me toca sacrificar mi cuerpo al permitir que un agua tan fría lo toque. Lo único bueno es que todo sueño desapareció con el frío del agua y ya más despierta, me cambie y peine para ir a desayunar.
— Ya estoy lista — susurro agotada.
Aunque ya se me quitó completamente el sueño, la ducha fría no ayudó a que mis músculos dejarán de doler por haber manejado tanto la bicicleta. Por lo que, caminar se me dificulta y todo se vuelve más complicado al ver la cocina. O más bien, lo que le hizo mi padre a la cocina.
— ¿Qué pasó aquí? ¿El correcaminos pasó por aquí? — pregunto al ver pedazos de frutas en el suelo, harina en la pared cerca la estufa y el huevo encima del fogón inteligente, pero sin sartén y eso no es lo peor, lo peor es el jugo esparcido por toda la cocina.
— Quería hacer el desayuno. Llevaba tres meses sin estar en casa y por eso quería hacer el desayuno para ambos. — comenta como niño regañado.
— Papa, tú no sabes cocinar. — me quejo.
— Quería intentarlo, recompensar con un desayuno todas las comidas que no he tenido con mi hija. — murmura.
— Pero papá…
— Solo era cortar frutas y pude hacer, mira — dice mostrando su plato con orgullo al estar fresas duraznos y manzanas picadas en él.
— ¿Las lavaste antes de picarlas? — pregunto curiosa y él baja el plato. — Eres cirujano pediátrico, ¿cómo puedes operar sin tener tus instrumentos limpios?
— Me lave las manos y limpie el tazón, la tabla de picar y el cuchillo.
— Pero no las frutas, ¿cómo puedes operar un cuerpo que no está preparado para recibir la cirugía? ¿Cómo puedes operar en un lugar contaminado? — pregunto haciendo referencia a su caos.
— Las lavaré. — dice tomando el tazón y yo suspiro frustrada al ver como el huevo cae por todo el horno de la estufa.
— ¿Qué hiciste aquí?
— La estufa es inteligente y por eso no hace una llama, pero no lo es tanto para fritar un huevo. Seguramente fue una estafa que le hicieron a tu madre cuando la compró. — se queja.
— Es inteligente, pero no hace todo sola y mucho menos si no colocas un sartén. El fogón no muestra la llama como las estufas tradicionales, pero sigues siendo una estufa y necesita ollas y sartenes para poder cocinar— comento apagando la estufa y buscando con que limpiar el desastre.
— Solo quería hacer un huevo y panqueques. Pero todo se salió de control cuando encendí la licuadora y todo el líquido salió.
— ¿Pusiste la tapa? — pregunto curiosa.
— ¿Cuál tapa?
Suspiro frustrada para no llorar ante la no ayuda de mi padre.
— Ya es tarde para hacer desayuno mejor vayamos a comer cerca de la iglesia y podremos llegar a tiempo a la misa.
— ¿Y este desastre?
— Mandaré a limpiar, no te preocupes. — dice sacándome de la cocina.
Mi padre toma la llave de su automóvil y nos marchamos a la iglesia. Aunque mi padre es cirujano plástico, no es reconocido en su gremio y su sueldo no es tan elevado. Como aún estamos pagando la casa, solo pudo comprar un auto pequeño y a cuotas. Por lo que, aún está pagando el mismo, aunque no sea moderno. Pero me siento cómoda en él. Más cuando llevo tiempo sin pasear en él.
— ¿Cuándo volviste a casa? — pregunto curiosa.
Ayer llegué tarde y no vi las llaves en el portallaves. Sin embargo, podrían haber estado y yo ignorado ello al no prestar atención al entrar y mucho menos revisar la casa para saber si realmente había alguien. Estaba tan cansada anoche que me desvestí entre dormida y no tome una ducha a pesar de haber sudado en la bicicleta. Por lo que, el que llegara hoy o ayer, no había sido notorio para mí hasta ahora.
— Llegué a las seis de la tarde y dormí hasta las cuatro de la mañana. Puse la alarma para ir a la iglesia y disfrutar con mi hija el primer día libre que tengo desde el año pasado. — comenta sonriente.
— Realmente no comprendo cómo puedes trabajar tanto tiempo y sin horario fijo. — comento con tristeza.
— El hospital en el que trabajó recibe muchos niños que necesitan de mi ayuda. Como solo somos dos cirujanos pediátricos, tenemos mucho que hacer y por ello, nuestros horarios son extensos. — murmuro.
— ¿Sus horarios o tu horario? — pregunto molesta
— Recuerda que vamos para la iglesia — me dice.
— Incluso yendo a la iglesia debes reconocerlo. El doctor Bill tiene una vida laboral tranquila. Siempre puede regresar a su casa en la fecha especiales mientras tú estás cubriendo sus pacientes y los tuyos. Eso sucede todo el tiempo y es frustrante ver cómo llevas más de cinco años en la misma situación. — me quejo.
— Te entiendo. Pero no puedo quejarme ante las injusticias de la vida. El cirujano Bill, es una persona de renombre que es titular en el departamento en el que estoy, tenerlo en el hospital es algo costoso y es gracias a su presencia que muchos padres van a buscar su ayuda — me explica.
— Sí, pero eres tú quien los atiende.
— No importa que nos atienda sí logran ganar la batalla a la muerte. — comenta sonriente.
— Padre, te amo, pero resulta frustrante que en tu trabajo te conozcan como el perro que el señor Bill ordena a su antojo. — murmuro.
— No es cierto.
— He dejado de ir a buscarte por ello. Todos se burlan en los pasillos porque incluso en las cirugías que él firma que ha realizado, eres tú quien hace todo el proceso mientras él habla con sus amantes. — respondo haciendo que el auto se detenga.
— Ross Powell Williams, ¿Por qué repites lo que otros dicen? Eso no está bien visto. Dios nos llamara a rendir cuentas por lo que hemos dicho y necesitas recordar que ellos definen si vas al cielo o no.
— Debes ser valiente, padre. A Dios no le gusta que uno no se dé su lugar. Además, gracias a ello has estado ausente en mi vida y eso tampoco es agradable ante los ojos de Dios, ya que, no estás cumpliendo con tu papel de padre como corresponde — comento con tristeza
— ¡Ross!
— Está bien, me callaré. Pero piensa lo que te digo.
El recorrido transcurre en silencio y juntos escuchamos la misa, desayunamos después de ella y vamos al centro comercial. Mi padre, se dirige a los carros para retirar dinero, mientras yo lo espero en la cafetería de comida horneada. Es allí cuando lo veo, Serkan, el chico que me habló la noche anterior, está con sus manos entrelazadas a una chica muy parecida a él.
Me asombro al verlo tan hermoso y mi corazón se alegra al verlo relativamente cerca. Mi padre, me llama y es cuando él levanta su mirada y me busca hasta encontrarme. Su rostro confundido se torna a uno calmado y me sonríe causando que todo se vuelva negro.
— ¡Ross! — grita mi padre.
Oh, maldita sea. No otra vez. No delante de él. No debería pasarme tan seguido los desmayos, no debería afectarme tanto su sonrisa. Pero, nuevamente quedo en ridículo frente a él. Justamente, frente al chico que me gusta.