Capítulo 12 Sígueme
Fernando Torres ladeó la cabeza y entrecerró los ojos hacia Susana, sus ojos hechizantes emitían una vibración peligrosa mientras se burlaba:
—¡Susana Reyes, no debes estar consciente de lo fea que estás en este momento!
—Tú... —Susana estaba enfadada pero no podía descargar su ira.
«¿Por qué es tan grosero? ¿Acaso somos tan cercanos para que actúe con tanta despreocupación?».
Fernando Torres se recostó perezosamente en el asiento y cerró los ojos mientras se tomaba un pequeño descanso e ignoraba a Susana que estaba sentada a su lado.
—¿A dónde vamos? —Susana formuló por fin la pregunta crucial que le vino a la mente después de calmarse.
—Vamos a atender unos asuntos. —Fernando Torres le respondió sin más explicaciones.
—¿Conmigo acompañándote? —Susana miró confusamente a la tranquila e indiferente cara de Fernando Torres.
Finalmente, Fernando Torres abrió lentamente los ojos y dijo:
—Tú te quedarás esperando dentro del auto.
—Bien... —Susana asintió. Entonces se sintió mal por sentarse dentro del auto de Fernando Torres.
—Eh, Señor Torres, Yo... Creo que es mejor que me baje del auto aquí.
Fernando Torres desplazó su mirada hacia ella, de repente, estiró el brazo y sujetó la mejilla derecha de Susana. Sus fríos dedos rozaron con fuerza su piel enrojecida e hinchada.
—Ah... eso duele. —Susana gritó dolorosamente, las lágrimas estuvieron a punto de escaparse de nuevo por el rabillo de sus ojos.
—Fernando Torres, ¿qué demonios estás haciendo? —Susana quiso apartar su mano debido a la irritación, pero el hombre la detuvo sujetando su fino cuello con firmeza.
La miró a los ojos y le dijo:
—¿Eres incapaz de soportar ese dolor?
—¿Qué quieres? —Susana no pudo comprender ninguna de las palabras o acciones del hombre. Fernando Torres había sido una nube de misterio para ella desde el momento en que lo conoció.
—Si no puedes soportar ese dolor, supongo que sufrirás mucho cuando descubras la identidad de la mujer que se acuesta con Leonardo Escobar... —Fernando Torres habló pensativo mientras sus ojos parecían reflexivos.
—Tú... ¿Conoces a Leonardo Escobar? ¿Quién es esa mujer? ¿Conoces su identidad? —Susana miró a aquel hombre con asombro.
—Por desgracia, sí la conozco. De hecho, somos... relativamente cercanos. —Hizo una mueca de frialdad.
El rostro de Susana palideció:
—Entonces... ¿le contaste... le contaste lo que pasó entre nosotros?
Fernando Torres curvó sus labios con maldad y habló con un toque de burla:
—Leonardo Escobar no es alguien calificado para saber sobre las cosas que están relacionadas conmigo.
—Tú... —A Susana no le gustaba su arrogancia, pero estaba agradecida de que su arrogancia hubiera llevado a su marido a enterarse de los acontecimientos que habían ocurrido aquella noche con él. Susana se maldecía a sí misma en su corazón cada vez que pensaba eso. Odiaba a su marido por acostarse con otra mujer, pero ella misma hacía lo mismo y no era sincera consigo misma al usar su estado de embriaguez como excusa para entregar su cuerpo a otro hombre—. ¿Sabes entonces la identidad de la mujer? —Susana miró a Fernando Torres con su rostro pálido.
—Pareces muy interesada en ella. —Fernando Torres sostuvo su cara en la palma de su mano y puso una sonrisa profunda y significativa. Frunció ligeramente los labios y dijo—: Pero me molesta que mi mujer albergue tanto interés hacia el asunto de otro hombre.
Y aunque Fernando Torres sonreía al decir esto, Susana aún sintió escalofríos que recorrían su columna vertebral y se estremeció. El miedo pasó por sus ojos llenos de lágrimas y estiró la mano para quitarle la palma que la sujetaba:
—Fernando Torres, ¡no soy su mujer! Soy la esposa de alguien, una mujer casada. Además, ese hombre no es un hombre cualquiera, es mi marido.
—¿Oh? ¿Y qué? —Fernando Torres sonrió con inmensa confianza—. Creo que la señora Reyes también cometería adulterio algún día, ¿no es así?
—Tu… Señor Torres, ¿no estás siendo demasiado engreído? —Tenía que admitir que Fernando Torres era una joya que haría que cualquier chica se obsesionara con él, pero Susana era una excepción.
Fernando Torres levantó las cejas y permaneció en silencio, parecía que lo había planeado todo desde el principio... El auto se detuvo al llegar a una fábrica desierta situada en una zona aislada.
—Señor, hemos llegado. —Un hombre vestido de negro que estaba sentado en el asiento de la escopeta habló.
—Perfecto…—Fernando Torres contestó despreocupado—. Espérame fuera del auto.
—Sí.
Susana y Fernando Torres se quedaron solos dentro del auto, estaban aislados del mundo exterior, ya que las cortinas del interior del auto estaban cerradas. Ella miró con cautela al hombre que estaba a su lado:
—Fer... Fernando Torres, ¿qué piensas hacerme? —El hombre entornó los ojos a la chica.
—Voy a violarte primero y luego a matarte.
Las pocas palabras salieron de su boca con un matiz de juego.
—Tú… —Los colores se agotaron en el rostro hinchado de Susana. El terror llenó sus ojos mientras retrocedía por instinto—. Tú... ¡No te atrevas a hacer eso! Matar a alguien va contra la ley.
Fernando Torres sonrió mientras centraba su atención en montar una edición moderna de una pistola.
—Entonces... ¿dices que va contra la ley violar a alguien? —preguntó mientras cargaba la pistola, miró hacia la mujer con una sonrisa encantadora en sus finos labios.
Susana se quedó mirando la pistola en la mano de Fernando Torres y su mente se quedó en blanco al instante. Había visto muchas pistolas, pero todas ellas eran utilería, preparadas para el rodaje. Pero... esta pistola en la mano de él...