Capítulo 2 Mujer indigna
Una mujer retorcía su seductora figura sin descanso sobre el cuerpo de un hombre al mismo tiempo que se quejaba:
—¡Leonardo, tu tono de llamada está echando a perder el momento!
—Ve a traerlo... ¡Y apaga ese maldito teléfono! —dijo Leonardo Escobar mientras nalgueaba el trasero bien formado de la mujer.
—Está bien... —La mujer se levantó de encima del cuerpo del hombre, fue de puntitas hacia el sofá para agarrar el teléfono y habló con una sonrisa coqueta— ¿Qué hacemos? Es una llamada de tu esposa.
El rostro de Leonardo Escobar se ensombreció y la corrigió:
—¡Ahora es mi exesposa!
Ésta sonrió:
—¿Debo colgar entonces?
—No es necesario, solo contesta la llamada.
—¿Quieres que conteste? —Le respondió la mujer, sin duda horrorizada por su sugerencia.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que reconozca tu voz? —Leonardo Escobar le sonrió con picardía.
Pero ella con timidez y dijo:
—¡Bueno, se enterará de lo nuestro de todas formas!
Deslizó la pantalla y recibió la llamada mientras se acercaba a aquel hombre con su par de piernas delgadas y de piel clara.
—¡Hola! —La suave voz de Susana Reyes se escuchó a través del altavoz. Al mismo tiempo, la mujer se había montado descaradamente en el cuerpo musculoso de Leonardo Escobar y gemía de forma coqueta.
—Ah... Ah… —Los gemidos sexuales penetraron en el sentido auditivo de Susana Reyes y su pálido rostro se sonrojó en ese instante.
—Yo. Estoy buscando a Leonardo Escobar... —La voz de Susana se entrecortaba, y su mano que sostenía el teléfono temblaba con intensidad.
—¡Está muy ocupado en este momento! Pero puedes hablar conmigo en su lugar, soy su prometida... Ahh... Leonardo, más despacio espera... más despacio... ah… ahh... —La voz de la mujer junto con la respiración dificultosa de un hombre invadieron a Susana Reyes mientras escuchaba el sonido que venía desde el otro lado del teléfono.
Luego sintió un dolor desgarrador, como si alguien estuviera rompiendo su corazón en pedazos: «¿Prometida? ¿Ya buscó a mi sustituta antes de que finalicemos nuestro divorcio?».
Susana respiró profundamente y reprimió sus ganas de romper a llorar:
—Por favor, dile a Leonardo que no podré ir a la Oficina de Asuntos Civiles el día de mañana... —Susana Reyes se esforzó por terminar la frase y colgó el teléfono antes de recibir respuesta del otro lado de la llamada.
Las lágrimas cayeron de sus mejillas, y su frágil cuerpo se desplomó sobre el frío y duro suelo con desesperación. Se cubrió la cara con las manos y al segundo siguiente rompió a llorar:
«Leonardo Escobar, ¡qué es lo que hice mal para que me trates así! He puesto toda mi atención en amarte y ¿qué he recibido a cambio? ¡¿Acaso apreciaste mi afecto hacia ti por un solo momento a lo largo de nuestro matrimonio?!», pensaba desconsolada.
A las dos de la madrugada, Susana se quedó paralizada y confundida durante una fracción de segundo, sentada en el sofá, cuando de pronto se escuchó el sonido de alguien abriendo la puerta. Entonces se obligó a poner una sonrisa y sin siquiera ponerse los zapatos, caminó descalza y recibió al hombre que había llegado:
—¡Leonardo, volviste! —Un toque de obediencia y alegría llenó sus brillantes ojos.
Susana pensó que su marido no volvería nunca más, creyó que éste no querría ni siquiera volver a verla en su última noche como esposos, pero al final regresó a casa.
Leonardo se sorprendió por los animados saludos de Susana y se quedó atónito por un segundo, pero rápidamente frunció el ceño. Luego simplemente entró en la casa y despreció a la mujer:
—¡Susana Reyes, debemos firmar el papel del divorcio mañana!
La sonrisa en el rostro de Susana Reyes se endureció, luego habló con voz más baja:
—No puedo mañana...
Leonardo Escobar se dio la vuelta, fijó su fría mirada en la mujer y luego se burló:
—¡Susana Reyes, lo sabía! No estás dispuesta a romper los lazos conmigo.
Susana respiró profundamente para reprimir sus lágrimas y forzó sus bonitos labios en una débil sonrisa:
—Leonardo, no hablemos de esto por ahora, ¿por favor? —En el fondo de su corazón, Susana tuvo que admitir que no estaba dispuesta a dejar de lado su relación, aún.
Leonardo Escobar la miró con una cara llena de disgusto y se acercó a ella en pocos pasos. Después, con sus largos dedos, agarró a Susana de la barbilla, haciendo que ésta frunciera ligeramente el ceño debido al dolor por la fuerza desmedida que había ejercido sobre su delicado rostro. Con un tono lleno de burla, le dijo:
—Susana, ¿no escuchaste la llamada telefónica de hace un rato? ¿De verdad vas a ignorar todo lo que oíste? Eres una mujer tan indigna por haber perdido la última pizca de autoestima. Eres una persona tan miserable. —Sus crueles palabras se clavaron sin piedad en su corazón como un cuchillo afilado y su hombro se estremeció debido al dolor físico y emocional que le infligió—: Susana, ¿esperas que yo, Leonardo Escobar todavía te ame? Déjame decirte esto de nuevo, ¡nunca te he amado y nunca lo haré! ¡Todo lo que siento es asco hacia ti!
Las lágrimas caían por el rabillo de sus ojos mientras Susana ya no podía ocultar sus quejas, pero el hombre ni siquiera la miró, sino que se limitó a darse la vuelta y a subir las escaleras por sí solo.