Capítulo 4 Recuerda mi nombre
La voz de una mujer se escuchó mientras Leonardo Escobar hablaba y refunfuñó.
—Leonardo, ¿quién te llama en mitad de la noche? Cuelga el teléfono, tengo mucho sueño...
«Beep» El hombre colgó el teléfono sin piedad bajo la instrucción de la mujer.
Susana se quedó inmóvil con el teléfono agarrado con fuerza en la mano, las lágrimas de dolor caían de sus mejillas y podía sentir cómo los escalofríos se extendían lentamente a sus temblorosas manos…
«Puaj», sintió que su estómago se revolvía violentamente de repente, entonces se levantó a toda prisa de su asiento y se tambaleó hacia el baño con una mano cubriendo su boca.
No supo cuánto tiempo estuvo dando tropezones por el pasillo, pero sabía que a cada paso que daba se sentía más pesada y su mente se volvía más confusa...
Las lágrimas seguían cayendo el rabillo de sus ojos, ya que el dolor procedente de su estómago revuelto se había extendido por todo su cuerpo. Susana se quedó perpleja mientras empujaba la puerta del «baño».
Todos los que estaban dentro de la habitación se volvieron hacia ella con asombro y también se quedaron paralizados por un momento. Se mostraron precavidos ante esa borracha que había entrado en su habitación privada por error.
La mujer, por su parte, examinó, confundida el lujoso «baño»... La iluminación interior se atenuó mientras un ambiente misterioso permanecía en el aire de la habitación. Un grupo de hombres vestidos de negro se separaba en dos filas perfectamente alineadas y con expresión solemne.
Susana, que seguía casi inconsciente bajo la influencia del alcohol, no se dio cuenta de que los hombres sostenían en sus manos armas modernas de última generación y que la punta de sus armas se dirigía hacia su pecho.
Solo una orden impidió que la balacearan en ese mismo momento. En el centro de la habitación había otro hombre: un hombre realmente guapo vestido de negro. Sus ojos bajo la tenue iluminación se veían de un tono azul y sus rasgos faciales parecían exquisitos e irreales.
Incluso Susana, que había visto una buena cantidad de chicos guapos en el campo del entretenimiento, se quedó boquiabierta al ver ese hermoso rostro.
Los ojos afilados de aquel hombre parecían un gran océano al reflejar la sombra de la tenue iluminación azul de la habitación. Su mirada penetrante era pensativa e incomprensible para las personas que le miraban a los ojos y su nariz cincelada y puntiaguda era una pieza de arte sin ningún defecto posible. Sus finos labios se curvaban en una sonrisa que hipnotizaba hasta el punto de ser capaz de provocar escalofríos a todos los que la presenciaban.
Él estaba de pie frente a la ventana mientras se sumergía en la luz de la luna que se había filtrado en la habitación y la visión desconcertó a Susana Reyes. El apuesto hombre estaba fijando sus penetrantes y hechizantes ojos en la mujer borracha que estaba en la puerta y parecía ser capaz de ver a través de los pensamientos que corrían por la mente de todos.
—Este... lo siento. Estaba buscando el baño, creo que me equivoqué de lugar...
Susana recuperó la mayor parte de sus sentidos al contemplar la extraña escena del interior de la habitación. Aquel hombre misterioso dirigió a su subordinado una mirada penetrante y entonces se escuchó una voz junto a Susana:
—Señorita, si busca el baño, por favor, sígame.
Aquel hombre condujo a Susana Reyes hacia el baño personal adjunto dentro de la habitación privada y al ésta estar aún en un estado parcialmente ebrio no percibió ningún peligro. Solo tenía una cosa en su mente, y era eliminar el dolor que emanaba de su estómago revuelto.
En cuanto entró en el baño, se agachó frente al inodoro y vomitó. Susana Reyes sintió como si estuviera sacando todos los órganos de su cuerpo con el contenido de su estómago mientras vomitaba con fuerza por la boca. Las lágrimas de sufrimiento corrieron por sus mejillas y gotearon en el retrete mientras se mezclaban con su vómito.
El pensamiento de Leonardo Escobar se sentía como un cuchillo afilado que se clavaba sin piedad en su frágil corazón, trayéndole solo dolor y agonía:
«¡Leonardo Escobar, eres un bastardo!». Susana lloró mientras se derrumbaba junto al inodoro y descargaba sus emociones gritando sin control… «¿Cómo puedes tratarme así? ¿Cómo puedes tratarme tan cruelmente?», sollozó Susana, «¿No sabes cuánto te he querido? ¡Leonardo Escobar! Leonardo Escobar...»
Susana se agachó junto al inodoro y se abrazó a sí misma mientras seguía sollozando con el corazón adolorido.
No supo cómo salió tambaleándose del baño, pero cuando cruzó la habitación, agarró sin pensar una botella de licor que había sobre la mesa y bebió directamente de la botella.
Dicen que no sentiré dolor cuando esté borracha. Pero todavía me duele, así que eso debe significar que todavía no estoy lo suficientemente borracha, tengo que beber.
Nadie en el lugar detuvo su comportamiento extremo. El misterioso hombre permaneció sentado en el sofá con sus esbeltas piernas cruzadas, recargó su delicado rostro con una mano y entrecerró los ojos mientras contemplaba la espectacular escena de Susana Reyes bebiendo directamente de la botella.
Una sonrisa se dibujó en sus encantadores labios, la expresión de aquel hombre era fría, pensativa e indescifrable. Susana supo entonces que había actuado completamente bajo la influencia del alcohol.
El hombre que tenía delante ya no tenía el rostro de Leonardo Escobar, y en su lugar, los rasgos faciales de un hombre fascinante se presentaban ante sus ojos:
—¿Quién...? ¿Quién es usted? —Susana preguntó a aquel hombre con un gesto de embriaguez.
El hombre sonrió de forma peculiar y fría:
—¡Fernando Torres! Recuerda mi nombre.