Hu Tu se sintió aliviada al pensarlo. La puerta se abrió y luego se cerró de golpe; al instante la casa quedó en silencio de nuevo. Ning Jian arrojó sus llaves sobre la mesa y comenzó a desabrocharse la camisa con una mano, mientras Hu Tu, que se encontraba de pie en el pasillo, se retorcía los dedos y ni siquiera tenía valor para cambiarse los zapatos.
—Dime, ¿en qué te equivocaste?
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