El Sr. Le permanecía en el suelo arrodillado con los brazos apoyados sobre los muslos y la cabeza colgando, sus pantalones grises empapados de lágrimas que caían sin cesar. Era evidente que él tampoco lo tenía fácil. Después de un rato, se apoyó en el suelo y se puso de pie.
—Jia… Jia, no llores. Fui demasiado egoísta —después de decir eso, se inclinó y levantó al niño—. Lo enviaré al orfanato. —Era como si el niño pareciera entender sus palabras, justo cuando dejó de hablar, el niño volvió a llorar a mares. Sin embargo, el Sr. Le actuó como si no hubiera escuchado los llantos. Entró en la habitación para coger la bolsa de ropa y se dirigió hacia la puerta.
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