—Qingyuan, ¿la conoces? —La voz de una mujer se escuchó a lo lejos, aunque era dulce irrumpió con fuerza en los oídos de Mu Qiao.
Mu Qiao volteó la cara hacia otro lado, pero sus manos que descansaban sobre los muslos no podían dejar de temblar y tuvo que apretar los puños.
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