Capítulo 21 ¿Necesita a una joven?
Sintió un gusto metálico mientras se mordía el labio hasta hacerlo sangrar. Lo hizo porque intentaba controlar los jugos gástricos que subían por su garganta. Cuando el hombre vio que no se movió durante un instante, se impacientó; todos comenzaron a burlarse. ¡Clac! De repente, Cristian abrió la puerta e ingresó.
El hombre miró a todos en la habitación de manera apática y luego a Victoria, quien estaba de rodillas. Frunció el ceño al verla, pero luego recobró su actitud indiferente.
Mientras, Carlota se apoyaba en la pared con una expresión despreocupada pero seductora. La multitud que se burlaba hacía un instante se quedó en silencio y todos estaban de pie, aterrados; dos abrieron la ventana para ventilar el lugar.
—S-señor Tabares. —El hombre empujó a Victoria para correrla y se puso de pie junto al resto con temor.
Como no esperaba que la empujara, la joven perdió el equilibrio y se cayó; soltó el cenicero que tenía desde hacía tiempo en la mano y quedó hecho añicos. No obstante, en una situación como esa, las personas a su alrededor ni siquiera se preocuparon por ella ni se preguntaban por qué tenía ese objeto en la mano. La joven volvió a ponerse de pie y se movió a un lado mientras mantenía la cabeza agachada. Tenía varios trozos de vidrio incrustados en la palma de la mano, lo que le provocó que comenzara a sangrar.
Mientras tanto, Cristian permaneció perplejo por un momento y observó la mano ensangrentada de Victoria; aun así, desvió la mirada como si no hubiera visto nada. Todos en la habitación estaban atemorizados y no se atrevieron a hablar.
—¿Necesita a una joven? —preguntó mientras miraba al hombre detrás de Victoria—. ¿Quiere que llame a más mujeres para usted?
—N-no se preocupe —contestó nervioso luego de soltar una carcajada.
—No me molesta en absoluto —respondió con calma—. Usted es el cliente aquí, así que Club Delta debe satisfacer sus necesidades. Carlota.
—Llamé a algunas personas para entretener a este hombre atractivo —contestó sonriendo mientras le guiñaba el ojo al cliente—. Seis hombres robustos, ¿qué le parece?
El hombre palideció al escucharla y comenzaron a temblarle las piernas y las manos; no podía dejar de sudar.
—No se asuste —dijo sonriendo mientras lo miraba de manera atractiva—. Tengo aquí una pastilla y usted puede tomarla. Es gratis; tómelo como cortesía de mi parte.
En ese momento, el hombre comenzó a sudar frío; miraba a otros en busca de ayuda, pero nadie se atrevía a mirarlo a él. Tragó saliva, ansioso, mientras sudaba sin parar.
—S-señor Tabares, es mi culpa. No debería haber causado problemas aquí. La próxima vez, y-yo…
Ante la mirada poco amigable de Cristian, el hombre se arrodilló. ¡Pum! Cayó sobre los restos de vómito y de vidrio del cenicero; estaba tan aterrado que ni siquiera pudo terminar lo que estaba diciendo.
Después de quince minutos, Victoria terminó de limpiar y se fue de la habitación. Cuando vio a Cristian esperándola en el pasillo de espaldas a ella, frunció el ceño de inmediato. Con los elementos de limpieza en la mano, caminó en dirección opuesta.
—Ven aquí —comentó el hombre con voz ronca.
Mientras fruncía los labios, ella bajó la cabeza y caminó hacia él.
—Gracias por lo que hizo.
—¿Lo dices en serio? —Cristian bajó la cabeza y la miró de manera burlesca—. ¿O me culpas por arruinarte la diversión?
Al escucharlo, levantó la cabeza porque no podía creerlo. «¿A qué se refiere?».
—¿Acaso me equivoco? Fallaste al intentar seducir a Antonio aquella noche, pero cambiaste de objetivo. —Observó la mano ensangrentada; frunció el ceño, pero desvió la mirada de inmediato—. Victoria, te conformas con cualquier hombre, ¿no?
En ese momento, dejo de ser tan incrédula y bajó la cabeza de nuevo; se burlaba de ella misma. «¿En verdad creí que él podía interesarse en mí? Ja, ja. Estoy desquiciada». Aunque un hombre abusara de ella en ese momento, Cristian creería que ella era quien lo estaba seduciendo.