Capítulo 17 Cristian nunca la dejaría irse tan fácilmente
—No lo hagas. Se te estropeará la chaqueta. —Victoria se la quitó y se la devolvió a su hermano.
Ella estaba muy sucia por todos los lavabos y vómitos que había tenido que limpiar.
—¡No me importa que se estropee! —Con los ojos enrojecidos, Vicente tomó agresivamente la chaqueta y se la volvió a colocar sobre los hombros—. ¡Me voy a enojar mucho si sigues siendo tan terca!
Victoria sonrió al sentir el calor del abrigo y dejó de rechazar el cariño de su hermano.
—¡Renuncia a tu trabajo también! —Vicente sacó su cartera y le colocó una tarjeta bancaria en las manos—. Toma, es tuya. Avísame cuando se ya no le quede dinero.
—Está bien. Soy muy feliz siendo limpiadora. —Victoria le devolvió la tarjeta.
Sin embargo, él no la agarró y la miró angustiado.
—Vicki, ¿no quieres utilizar mi dinero porque estás enojada conmigo por no haberte defendido hace dos años? Yo…
—No. Le estás dando demasiadas vueltas —lo interrumpió sin dudarlo—. Seguro que nuestros padres se enfadarán si se enteran de que me has dado dinero. Además, padre tiene una enfermedad cardíaca.
Vicente apretó los puños, los aflojó y volvió a apretarlos; luego guardó la tarjeta.
—Bueno, si no quieres aceptar la tarjeta, al menos puedes dejar que te ayude a encontrar un trabajo mejor, ¿no?
—Estoy bien, Vicen —murmuró Victoria—. No voy a poder irme de Club Delta.
Cristian nunca la dejaría irse tan fácilmente.
Vicente palideció y pensó por un momento antes de apretar los dientes; estaba tan molesto que comenzaron a marcarse las venas alrededor de sus sienes.
—¿Cristian te obligó a trabajar en limpieza?
Ella asintió con la cabeza.
—¡M*ldito d*sgraciado! —Vicente se aflojó la corbata y tenía los ojos enrojecidos—. ¡¿No fue suficiente que te haya enviado a prisión dos años?! Voy a encontrar a ese hijo de p...
—¡Vicen! —Vicente se dio vuelta mientras maldecía, solo para que Victoria lo agarrara; estaba agotada—. No te molestes. No eres rival para él.
—¿Qué se supone que debo hacer, entonces? ¡¿Sentarme y ver cómo te destruye la vida?! —dijo enojado mientras se golpeaba el pecho—. ¡¿En qué clase de mal hermano me convierte esto?!
Preocupada, Gabriela se acercó a los hermanos Coral y se puso al lado de Victoria cuando el ambiente se puso tenso.
—Piensa en tus dos hijos y no dejes que la ira te domine. —Victoria no quiso decir nada más porque Gabriela se había acercado—. Se está haciendo tarde así que me voy a ir. —Dicho eso, se fue con Gabriela.
—¡Vicki! —le gritó Vicente; su mirada irradiaba indecisión y culpa.
Victoria se detuvo en respuesta, pero no se dio vuelta.
—Lo siento...
Vicente apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos le quedaron blancos.
—No tiene nada que ver contigo. Fue culpa mía por amar a la persona equivocada. —La voz de Victoria se escuchó con mayor melancolía y un poco ronca—. Madre y padre, ¿han... han preguntado por mí?
Vicente entreabrió los labios un par de veces, pero no se atrevió a pronunciar ni una palabra; sentía mucha culpa.
—Vicen... Buenas noches. Recuerda, no actúes sin pensar.
Victoria tenía los ojos llorosos y se arrimó rápido hasta el taxi que estaba junto a la carretera antes de subir. Sus padres no la habían perdonado; sin embargo, no tenía derecho a culparlos ya que solo podía culparse a sí misma por amar y haber creído en quien no debía.
Gabriela se subió al taxi después de Victoria y tenía un montón de preguntas para hacerle, pero al final se limitó a darle un pañuelo a su compañera.
—Toma, sécate o la gente pensará que te he molestado.
Cuando las jóvenes regresaron al dormitorio, las luces ya estaban apagadas.
—¿Qué poco piensan en el resto para andar merodeando en mitad de la noche? ¿Alguien puede dormir aquí? —Ante eso, Daniela dijo en tono burlesco—: No importa, olviden lo que pregunté. ¿Qué modales puedo pretender de ustedes cuando una es una asesina y la otra una escoria?
—¿Mejor por qué no te preguntas quién es la que habla por teléfono hasta altas horas de la noche y molesta el sueño de los demás?
Gabriela tenía el rostro enrojecido de ira. «Además, ¡cómo te atreves a decir que soy una escoria! Soy una empleada como tú. ¡Ni que hubiera cometido actos descarados!».
—¿Qué problema hay si hablo por teléfono? ¡¿No puedo acostarme temprano si no hablo por teléfono hoy?! —Daniela puso los ojos en blanco.
—Todavía estabas con el teléfono cuando entramos. —Gabriela la señaló, tan furiosa que hasta le temblaba el dedo.
—Me cansé de jugar con el teléfono y quería dormir. Justo cuando lo dejé, entraron e hicieron mucho ruido. —Daniela resopló—. No pido mucho y como ustedes son las que están en falta, arrodíllense y pídanme disculpas con complacencia. ¿Tan difícil es?
Gabriela estaba tan furiosa por el descaro de Daniela que no supo qué decir.