Capítulo 7 Enamorarme de usted fue el peor error
«¿En verdad ama más a Belia que lo que su hermano me odia?».
—¿Qué acabas de decir? —El hombre se detuvo y bajó la mirada para observarla.
—No debería haberme enamorado de usted, Cristian —continuó mientras el rostro de la joven palidecía—. De haber sabido que estaba enamorado de ella, ni siquiera lo habría mirado. Enamorarme de usted fue el peor error que he cometido en mi vida.
—¿De verdad? —El hombre se rio de manera espeluznante—. Entonces, ¿qué? ¿No sabes que arrepentirse es malo?
Era un día normal de invierno y hacía demasiado frío en Ciudad Flores. Victoria estaba de pie en la entrada del club con un vestido corto y tenía el rostro tan pálido como las puntas del cabello que se habían congelado por el vino que le habían tirado. No soportaba ni el frío ni el dolor y casi se desmayó en algunas oportunidades. Como faltaba poco para la media noche, más clientes llegaban al club nocturno y verían a Victoria cuando entraran. No obstante, a ella no le importaba en absoluto cómo reaccionarían y solo se miraba las manos enrojecidas por el frío; intentaba ignorar su entorno con las técnicas que había aprendido en los últimos dos años.
Cuando estaba en prisión y la atacaron por primera vez, ella luchó para defenderse, pero la golpearon aún más luego. Por eso, ella ya no resistía y permitía que la golpearan hasta que se cansaran. Después de todo lo que había vivido, solo quería estar sola.
Luego de un momento, Gabriela se acercó a ella con un suéter y se lo tiró con el ceño fruncido.
—Póntelo; hemos estado aquí durante dos horas y te congelarás si continúas así.
Atónita, Victoria lo agarró del suelo, frunció los labios pálidos y habló con voz ronca.
—No te preocupes por mí. No quiero causarte problemas.
—¿Es en serio? ¿Te preocupas por mí luego de lo que sucedió? —Gabriela no sabía qué había hecho Victoria y suspiró—. Te dije que renunciaras, ¿no? Mira lo que tu comportamiento obstinado provocó. Espérame un instante; te traeré agua caliente.
Ya que no podía convencerla, Victoria estiró un brazo para detenerla, pero se agitó y comenzó a marearse. Al instante, se desvaneció y se golpeó la frente con el mármol.
En ese momento, Cristian estaba en su oficina del club nocturno con una expresión poco amigable y, al mismo tiempo, una mujer con una figura esbelta le servía vino en una copa mientras le recordaba sobre un asunto con amabilidad.
—Escuché que harán doce grados bajo cero esta noche; me temo que las flores que compramos hace algunos días no resistirán.
—Podemos comprar otras para reemplazarlas.
—¿Qué haremos con esa persona?