Capítulo 2 Cuánto tiempo sin vernos, señor Tabares
El conductor bajó a Victoria del autobús mientras se quejaba; al mismo tiempo, se puso pálido al ver que había embestido un Bentley.
—¡Demonios! Sabía que había sido maldecido por sacar a estas escorias de prisión. ¡Mira el problema en el que estoy ahora!
El hombre empujó a Victoria de manera grosera y la tiro sobre una pila de nieve en el suelo. Ante todas las personas que la miraban con desprecio, la joven solo pudo mantener la cabeza agachada por la vergüenza mientras continuaba pálida; luego, vio un par de botas de cuero brillantes justo frente a ella. Sorprendida, levantó la mirada y vio la silueta de un hombre en un traje negro elegante; al verle el rostro se dio cuenta de que era la persona de sus pesadillas durante los últimos dos años.
Denise López, la madre de Victoria, le preguntó a un profeta el mismo año que su hija nació sobre su futuro y le dijo que iba a tener una buena vida y que sería millonaria los primeros veinte años de su vida; no obstante, también le dijeron que el destino de la joven empeoraría luego. Al principio, Victoria estaba estupefacta y no creía que la profecía fuera cierta porque no había ocurrido nada durante sus primeras dos décadas de vida.
Mientras tanto, Cristian parecía más rudo que hacía dos años, pero el desprecio que sentía por Victoria era el mismo. Luego de observar al hombre durante un momento, la joven recobró los sentidos y se dio de que había sido avergonzada. Mantuvo la cabeza agachada e intentó levantarse, pero, en cuanto lo hizo, el hombre la inmovilizó en el suelo con su paraguas negro.
—Han pasado dos años de la última vez que nos vimos. ¿Y tus modales? ¿Acaso no deberías saludar cuando te encuentras con alguien que conoces?
Mientras el hombre continuaba inmovilizándola, Victoria sintió un dolor punzante en la rodilla, como si miles de agujas estuvieran atravesándole la piel; además, el frío solo empeoraba su condición y sudaba.
—T-tanto tiempo, señor Tabares —respondió con los dientes apretados mientras temblaba.
Por otro lado, Cristian la miró como si fuera un rey observando a sus sirvientes; no fue capaz de ver quién estaba afuera del auto hasta que se bajó y recordó que ese día liberaban a Victoria. «Debo admitir que ha cambiado bastante». Después de todo, la joven ya no tenía cabello largo y sedoso, sino corto hasta las orejas y parecía mayor debido a su piel un poco amarilla cubierta por cicatrices y heridas. Al pensar en eso, no podía creer que la persona que tenía en frente solía ser la princesa de la familia Coral.
—En verdad has cambiado mucho.
Mientras tanto, Victoria levantó la mirada y vio que el hombre estaba fumando; comenzó a expulsar humo y parecía un monstruo que emergía de la niebla.
—Si no necesita nada más, me retiraré, señor Tabares —comentó de inmediato mientras miraba hacia otro lado.
—¿Te irás? —dijo Cristian de manera apática mientras le levantaba la barbilla con su paraguas—. Deberías saber que estar dos años presa no es suficiente para perdonar tus pecados, Victoria.
La joven sintió escalofríos, no por el frío, sino por lo que acaba de decirle. Después de todo, ella se estremeció al recordar las experiencias horrorosas que vivió encerrada en prisión. Cuando la sentenciaron, todos en la familia Coral decidieron sacrificarla para salvarse ellos y, con el paso del tiempo, ninguno se interesó en visitarla. Ella sabía que había sido idea de Cristian porque él la despreciaba; creía que era alguien vulnerable y que no podía defenderse.
La joven tenía tanto frío que comenzó a apretar los puños, pero fue valiente y levantó la mirada.
—Sé que lo que sucedió en aquel entonces fue mi culpa, pero ya me castigaron por ello. ¿Puede fingir no haberme visto y permitir que me retire, señor Tabares?
—Victoria, Belia nunca recuperará su pierna por tu culpa —contestó mientras levantaba las cejas y sonreía como su hubiera oído un chiste—. ¿En verdad crees que el castigo que recibiste es suficiente?
Al escucharlo, ella se quedó atónita porque se dio cuenta de que Cristian iba a vengarse de ella por lo que le sucedió a Belia. En el fondo, estaba disgustada de que Cristian no pudiera ver que la había lastimado con el palo de golf en aquel entonces porque al hombre solo le importaba Belia. «Por lo que me hizo, he saldado mi deuda porque ahora también soy considerada discapacitada». Pensó en ello, pero no se atrevió a decírselo a un hombre como Cristian porque sabía que no lograría nada.
—¿Qué más quiere de mí, señor Tabares?
Comenzó a nevar aún más y la voz del hombre parecía la de un demonio.
—La ley te habrá castigado por tus pecados, Victoria, pero yo aún no.