Capítulo 14 ¡¿Mi vida no significa nada?!
—Cristian, ¡¿por qué no cree cuando digo que nunca quise hacer nada para lastimar a Belia?! Mi vida en los últimos dos años fue un infierno y ahora, dos años después, vuelve a destruir mis esperanzas. ¡¿Mi vida no significa nada, pero la de Belia sí?!
Era la primera vez que Victoria lloraba después de salir de prisión. En realidad, ya no lloraba, pero lágrimas caían por su rostro sin parar. Mientras tanto, Cristian fruncía el ceño al verla en ese estado. Dos años antes, no sentía absolutamente nada cuando ella sollozaba e intentaba explicárselo todo, pero, en ese momento, verla así lo irritaba sobremanera. Tanta revolución emocional lo hizo fruncir los labios y mientras la miraba a los ojos enrojecidos, le dijo con el ceño fruncido:
—Victoria, no pienses tanto en acabar con todo. De cualquier manera, alguien como tú acabaría en el infierno; nunca irás al cielo.
—Si el infierno es un lugar donde no existen ni usted ni Belia, entonces para mí es el cielo. Sin embargo, para mí la Tierra es un infierno absoluto por su culpa.
Justo en ese momento, se abrieron las puertas del ascensor.
—Bien, muy bien.
Cristian estaba tan enfadado que sonrió. Luego, agarró a Victoria del brazo y la sacó a rastras del ascensor.
Camilo estaba justo fuera de este y se alegró al verlo, pero, en cuanto vio a quién tenía agarrada, palideció y se apresuró a seguirlo.
—Señor Tabares, ¿qué sucedió? ¿Lo molestó?
—¡Lárgate de aquí, m*ldición!
Sobresaltado por la mirada amenazadora de Cristian, Camilo no se atrevió a dar un paso más.
A Victoria le dolía mucho la pierna y también sentía molestias en el estómago. Cristian tenía piernas largas y por ello sus pasos eran amplios, así que prácticamente arrastro a la joven hasta el interior de una habitación y la arrojó al suelo. No obstante, al segundo siguiente, la agarró del cuello tal y como había hecho dos años antes y se inclinó hacia ella. Sus rostros estaban a solo unos centímetros y sus respiraciones se entrelazaron.
—Victoria —pronunció con seriedad, lo cual hizo que la joven se estremeciera—. Soy tu infierno, ¿no?
Al no poder respirar de forma correcta, Victoria se sonrojó mientras las lágrimas mojaban su rostro, lo cual le daba un aspecto demasiado lamentable. Sin embargo, la joven no se resistió; de hecho, esperaba que él acabara con ella allí mismo, pero el hombre no hizo lo que ella deseaba. En su lugar, él no la soltó ni ejerció más fuerza sobre ella. A pesar de eso, podía sentir la calidez de su piel bajo su mano y su pulso aún más.
Mientras miraba fijo los ojos tenues y desesperados de la joven, él bajó de repente la cabeza y le mordió el labio con fuerza, lo cual hizo que Victoria abriera los ojos. En cuanto sintió el dolor, sintió un sabor a sangre entre sus labios.
Se suponía que unos labios así eran secos, pero hacían que Cristian se obsesionara con ellos como si fueran narcóticos.
—Ya que soy tu infierno, Victoria, recuerda mis palabras. Nunca podrás escapar —la amenazó con voz ronca.
Hacía dos años, ni siquiera se molestaba en mirarla cuando ella se vestía hermosa y se entregaba a él, pero, en ese momento, la había besado a pesar de que estaba absolutamente desaliñada y con su uniforme sucio. La joven quiso apartarlo, pero no tuvo fuerzas para hacerlo y se estremeció.
—Cristian, no me haga esto. Por favor... —le suplicó mientras rechinaba los dientes.
Sin embargo, el hombre no hizo nada, pero mantuvo la mano aferrada a su cuello mientras la miraba con la cabeza gacha. Tenía un rostro llamativo, pero en aquel momento se veía pálida.
De repente, Cristian volvió en sí y la soltó. Luego, miró fijo su hombro desnudo y la piel de porcelana tenía dos franjas de viejas cicatrices que hicieron que su rostro se volviera sombrío. En ese momento, le tiró la chaqueta a un lado y ordenó impasible:
—¡Largo!
Victoria la tomó y se sentó despacio mientras se mordía el labio.
Justo en ese momento, llamaron a la puerta y, al instante, una voz familiar pero extraña sonó detrás de ella.
—¿Cristian? ¿Estás dentro?
Victoria pudo distinguir de quién era aquella voz incluso después de sentirse destruida por completo. Al oírla, miró a Cristian, quien parecía imperturbable y se disponía a abrir la puerta. Sorprendida, le agarró los pantalones.
—No quiero verla...
El hombre frunció el ceño. Al ver el rostro pálido de la joven, pensó que estaba asustada; sin embargo, justo cuando iba a decir algo, se abrió la puerta.