Capítulo 19 ¡He dicho que te arrodilles!
—Tienes que humillarte así, ¿no? —Lucas se acercó a Victoria y le agarró la muñeca—. Cristian gusta de Belia, no de ti, y nada de lo que hagas cambiará eso.
—Sé que al señor Tabares le gusta su hermana así que no hace falta que me lo repita. —Victoria forcejeó para soltarse un par de veces, pero fue en vano—. Por favor, suélteme que necesito terminar mi trabajo.
Había una luz intermitente al final del pasillo. Victoria miró en esa dirección por reflejo, pero no vio nada. «Probablemente la falta de sueño me hace alucinar».
Por el otro lado, Lucas no la soltó después de escucharla, sino que se limitó a agarrarla con más fuerza.
—¿De verdad te gusta tanto Cristian? ¿Tanto como para estar dispuesta a ser una limpiadora con tal de permanecer a su lado?
—¿Mi amor por él tiene algo que ver usted? —Victoria sonrió con indiferencia—. Aunque usted gustara de mí, ¿querría estar con quien intentó matar a su hermana?
Lucas frunció los labios antes de soltarla.
—¿Por qué tuviste que atropellar a Belia? Cristian y tú ya estaban comprometidos. Ella no habría sido una amenaza en absoluto.
—No hubo razón alguna; simplemente quise hacerlo —murmuró Victoria.
«¿Está diciendo que atropellé a Belia? Ja, ¿está tan segura de que yo la atropelló a ella y no al revés?».
—¡¿Cómo puedes ser tan malvada?! —le preguntó—. Eras la mejor amiga de Belia, así que deberías saber que, como bailarina, ¡el baile es su vida! Ahora que le lesionaste la pierna, le arruinaste la vida. ¿Sabes lo miserable que se ha sentido los últimos dos años?
—¿Qué tiene que eso conmigo? Después de todo, alguien tan malvada como yo le encanta ver a sus amigos arruinados. Cuanto más terrible sea su vida, más feliz soy.
«¿Acaso la vida de Belia estos dos últimos años puede haber sido peor que la mía en prisión?».
Lucas no podía creer que ella dijera semejantes palabras. Claro, ella solía ser un poco insolente, pero nunca tan despiadada. «¿Así es ahora?».
—Señorita Coral, el señor Sánchez es un cliente. ¿Cómo te atreves a hablarle así a un cliente? —Camilo se acercó—. ¡Arrodíllate y pídele disculpas!
Sin embargo, Victoria se limitó a bajar la cabeza y mantener la mirada en el suelo, inmóvil.
—¿No hablas español? ¡He dicho que te arrodilles! —dijo en un tono de voz más elevado.
Ante eso, Victoria se relamió los labios resecos y se tiró al suelo con la cabeza baja, mirando fijamente su reflejo.
—Lo siento, señor Sánchez.
Acababa de limpiar el piso, por lo que aún estaba húmedo y, como estaba arrodillada, se le humedeció rápidamente su uniforme. Sentía las piernas frías y doloridas por los moretones que se había hecho al arrodillarse fuera hacía unos días.
Mientras tanto, Lucas la miraba sin decir nada. Unos clientes pasaron por allí y echaron un vistazo a Victoria. Una de ellas, una joven con cara de bebé no aguantó más y se acercó con el ceño fruncido.
—¿Qué está pasando? Vivimos en el siglo XXI; ¿cómo todavía obligan a la gente a arrodillarse? Vamos, ¡levántate! ¿Eres idiota? Que te hayan pedido que te arrodilles no significa que debas hacerlo. —Tiró de Victoria antes de que Lucas o Victoria pudieran decir algo.
—¡Yanina, no te metas en los asuntos de los demás! —Un hombre se acercó y apartó a la mujer antes de mirar hacia Lucas—. Mi amiga acaba de llegar a Ciudad Flores y no sabe cómo son las cosas aquí. Por favor, perdónela, señor Sánchez. Me la llevaré ahora mismo.
—¡No voy a ninguna parte! ¡¿Qué clase de hombre es para intimidar a una mujer?!
Yanina Morales se interpuso entre Lucas y Victoria con los brazos en la cintura; lo que hizo que el hombre se sintiera más ansioso. Sin embargo, dijera lo que dijera, Yanina no se iría.
—Gracias. —Victoria la apartó suavemente—. Estoy bien. Deberías irte y disfrutar con tus amigos.
La joven la defendió por amabilidad, no podía arruinar su reputación por completo.
—Mira, ella dice que está bien. No te metas más. Vamos, date prisa. Vamos.
El hombre y otra mujer tomaron a Yanina con todas sus fuerzas, pero la joven seguía sin querer rendirse así que giró la cabeza para gritar:
—Estoy en la habitación cuatro mil quinientos dos. Búscame si necesitas ayuda.
Victoria le asintió con una sonrisa, pero dejó de sonreír en cuanto se dio vuelta.
—¡Ya no me preocuparé si te sucede algo porque te gusta que te torturen!
A Lucas le cambió la mirada al ver que ella cambió de expresión en una fracción de segundo. Entonces, sacó una pomada, que le había pedido a alguien que trajera del extranjero, y se la dio ya que estaba seguro de que tenía las piernas llenas de moretones por haber estado arrodillada tanto tiempo el otro día. Sin embargo, Victoria se la devolvió sin siquiera mirar qué le había dado.
—Es asunto mío cómo quiero torturarme. No tiene nada que ver con usted, y tampoco necesito que se preocupe por mí.