Capítulo 16 Dos años no pueden cambiar la naturaleza de una persona
El aura intimidante y la mirada penetrante de Cristian parecían ver a través de ella; esa actitud hizo que la joven diera un paso atrás, nerviosa, mientras estaba a punto de entrar en pánico.
—Sí, Victoria dijo que estaría con Lucas si él terminaba su relación con Sabrina —dijo a propósito.
Aquello hizo que Cristian sonriera con desprecio mientras que su mirada se volvía seria. Lo sabía, dos años no podían cambiar la naturaleza de una persona.
—Cristian. —Belia se sintió muy incómoda al pensar en lo que había visto cuando había entrado—. Victoria quiere estar contigo mientras tiene una relación con mi hermano. ¿Quién sabe si tiene alguna enfermedad de transmisión sexual dado que es tan promiscua? Es mejor que te mantengas alejado de ella.
Al oír eso, Cristian se puso aún más serio. «Promiscua».
—¿Quién eres tú para decirme que me aleje de alguien?
—Cristian, por favor, no me malinterpretes. Solo estoy preocupada por ti.
De repente, a la joven se le enrojecieron los ojos y se podían ver reflejadas sus lágrimas, lo cual la hacía ver afligida. Sin embargo, el hombre se limitó a mirarla con seriedad y no dijo nada.
—Cristian, de verdad me preocupan tus intereses —reiteró ella indefensa mientras se mordía el labio.
—Sé mejor que nadie cuáles son tus intenciones—. Luego, Cristian la esquivó y se dirigió hacia la puerta, angustiado—. No se te ocurra utilizar tus trucos sucios conmigo.
Al instante, Belia palideció, pero cuando quiso decir algo más, él ya se había alejado. Mientras se apoyaba en las muletas, miró con enojo y dolor su pierna lisiada.
—¿Por qué no ves todo lo que he hecho por ti, Cristian?
Tras regresar al dormitorio, Victoria se apoyó en la puerta con la mirada perdida. Un momento después, pareció recordar algo y se frotó con enojo el labio sangrante. No obstante, al hacerlo, comenzó a llorar y sus lágrimas entraron a la boca, haciendo que estas se mezclaran con la sangre y se volvieran amargas con un toque de sabor metálico.
La joven permaneció aturdida durante más de diez minutos antes de arrastrar su dolorido cuerpo hasta la cama. No tenía tiempo para estar triste ni para llorar, ya que tendría que volver al trabajo después de dormir seis horas. Por desgracia, sus días estaban destinados a ser agonizantes. Poco después de acostarse, comenzó a sentir un ardor insoportable en el estómago.
En cuanto Gabriela entró, se sobresaltó al ver el rostro pálido de Victoria.
—¿Qué sucede?
—Nada. Es solo un viejo problema gástrico —contestó Victoria mientras apretaba los labios; tenía la voz ronca a causa de su malestar.
—Entonces, vamos a buscar unas pastillas para el dolor de estómago. No puedes aguantarte, ¿no? —La joven tiró de ella—. Hay una farmacia cerca. Iré contigo.
—Gracias.
Justo cuando las jóvenes estaban a punto de llamar a un taxi después de comprar en la farmacia local, oyeron que alguien gritaba:
—¿Vicki?
Victoria abrió los ojos y comenzó a temblar. Aquella voz le resultaba muy familiar.
—Vicki, ¿de verdad eres tú? —Un joven muy atractivo, quien se parecía un poco a ella, se acercó y palmeó el hombro de Victoria con alegría.
Ella separó los labios y quiso saludar a su hermano, pero no pudo pronunciar ni una palabra; sentía como si tuviera algo en la garganta.
—Estaré por allá —dijo Gabriela.
Victoria asintió.
—¿Por qué no fuiste a buscarme?
Al ver la delgada ropa de su querida hermana, Vicente se sintió angustiado y muy culpable. En aquel entonces, la familia Coral había abandonado a Victoria para salvarse. Vicente les suplicó y rogó, pero solo consiguió que la encarcelaran y no pudo hacer más que ver cómo metían a Victoria entre rejas.
—No pude hacerlo —dijo Victoria con dolor mientras se acomodaba un mechón de cabello suelto detrás de la oreja.
En principio, quería ver por última vez a su familia antes de despedirse del mundo. ¿Quién le iba a decir que se toparía con Cristian en mitad del plan?
La joven sintió una ráfaga de viento otoñal, lo cual hizo que encogiera el cuerpo por el frío y, al instante, tenía una chaqueta que le cubría los hombros.
—¿Por qué no te pones una chaqueta si tienes frío? Además, ¿por qué tienes esa ropa? ¿No llevan algo así solo las señoras de la limpieza? ¿Cuándo ha caído tan bajo tu gusto?
Victoria bajo la mirada para ocultar sus emociones.
—Ahora soy una señora de la limpieza y este es mi uniforme.
Vicente se quedó estupefacto por la incredulidad al pensar que la hermana, a quien tanto había mimado y consentido, era, en ese momento, una de las señoras de la limpieza.