Capítulo 13 Tu mundo es un infierno para mi
Cristian y Victoria respiraban nerviosos, lo cual podía oírse desde cualquier dirección. Antonio cambió su expresión y miró a Cristian confundido.
—¿De qué se trata todo esto, señor Tabares?
De a poco, Cristian volvió a poner la pierna en su lugar. Luego, mientras sonreía, miró con atención la expresión perpleja de Victoria.
—Dijo que no hay nada con lo que jugar, ¿verdad, señor Brizuela? ¿Ahora tiene algo con qué divertirse?
En pleno invierno, el agua de la piscina estaba tan fría que solo los que se caían dentro podían saberlo.
Ninguno de los presentes se atrevía a hablar, dado que sabían quién era Cristian Tabares. Aquel era la clase de hombre capaz de poner patas arriba a toda Ciudad Flores con un solo pisotón. Él era totalmente distinto a los jóvenes adinerados de la fiesta, ya que no era simplemente un joven que dependiera de la riqueza de su familia.
Aunque la familia Brizuela no era una familia común y corriente, Antonio no se atrevió a provocarlo. Entonces, miró a Victoria, quien estaba en los brazos de Cristian y de inmediato se dio cuenta.
—Ah, así que le pertenece, señor Tabares. Deberíamos haberlo sabido —comentó.
Cristian no lo contradijo; en su lugar, centró su atención en el vino que había sobre la mesa y levantó una copa de forma despreocupada.
—Según lo que dijo, todo el mundo busca pasar un buen rato. Es libre de jugar como quiera y, como disculpa por interferir en su diversión, yo pagaré todo lo de esta noche.
—Ah, no tiene que hacer eso por nosotros, señor Tabares.
—Es su cumpleaños, así que por supuesto, yo invito. Ahora, diviértase y nos vemos pronto. —Luego, llevó a Victoria lejos de allí sin preocuparse por la reacción de Antonio.
La multitud detrás de él se quedó atónita cuando se dio vuelta y se marchó.
Cuando ambos se fueron de la terraza, la persona que se movía con dificultad en el agua se atrevió por fin a gritar:
—¡Sáquenme de aquí, maldición!
Luego, la fiesta continuó, pero Antonio solo podía mirar las botellas vacías en el suelo que Victoria había limpiado antes; estaba cabizbajo.
Cristian agarró a Victoria por el hombro y la llevó hasta el ascensor. Cuando se cerró la puerta, la soltó como si fuera una bolsa de basura. De forma inconsciente, la joven se apoyó en la pared justo cuando estaba a punto de caer.
—Si yo no hubiera venido, ¿qué habrías hecho? ¿Esos pasos de baile delante de ellos? ¿Ah? —comentó de forma sarcástica mientras la miraba.
—Yo...
En realidad, Victoria había tomado su decisión antes de que Cristian apareciera, pero él llegó justo a tiempo para detenerla. Hizo una breve pausa, bajó la cabeza y dijo:
—Señor Tabares, si no aparecía, tendría que acceder a su petición.
—Quizá ese hombre tenía razón desde el principio. Tú sí que sabes coquetear, ¿verdad, Victoria? Si no llego a tiempo, ¿piensas seducir a un joven adinerado para que venga a ayudarte? ¿Ah? —preguntó de forma brusca mientras levantaba el ceño.
—Sí. —Victoria apretó los dedos y tembló de forma notable—. ¿Pero no es eso lo que quiere ver, señor Tabares? Una asesina convicta rechazada por su propia familia, por sus compañeros de trabajo y pisoteada por todos. Decirme que me quite la ropa es el menor de los insultos. Así es como me imagino el resto de mis días. ¿En quién puedo confiar para que me salve cada vez que lo necesite? —Mientras decía eso, tenía los ojos enrojecidos, pero no lloraba.
Cristian reconoció aquella mirada; sin embargo, el encanto de esta se veía ensombrecido por la desolación. En ese momento, sintió una punzada en el pecho al mirarla; no le dolía, pero tampoco era agradable.
—¿Qué dijiste?
Victoria vaciló.
—Todos creen que yo lastimé a Belia, pero en realidad... Ella fue la que arruinó mi vida. Se preocupa por ella, así que hará lo que haga falta para que pague por lo que le hice. Pero ¿y yo qué? ¿Dónde están mis derechos? Toda mi vida se derrumbó por su culpa. Si no me preocupara porque se enfade y tome represalias con mi familia, no querría despertarme cada mañana porque... su mundo es un infierno para mí. —Aquellos eran sus pensamientos más genuinos.
De repente, Cristian recordó el día en que salió de prisión y la expresión fatua de su rostro.
—¿Qué harías si no me hubieras conocido aquel día? —le preguntó él.
No obstante, ella permaneció en silencio. Las luces del ascensor eran tan tenues que parecía que, cuando brillaban sobre Victoria, esta podría desaparecer en cualquier momento. Cristian enarcó una ceja y le agarró la delgada muñeca.
—¡Dime!
Victoria forcejeó un poco y sintió molestias por el movimiento inesperado, pero no pudo soltarse. Entonces, tomó la decisión de rendirse.
—¡Si no lo hubiera conocido, me habría suicidado! ¿Es feliz ahora?
Cuando Victoria se vio obligada a revelar el secreto que había ocultado durante todo ese tiempo, sintió como si se quedara sin energía y se desplomó impotente contra la pared metálica que tenía detrás. De repente, no pudo contener más las lágrimas que había reprimido.