Capítulo 20 Tú eres la culpable
Luego de decir eso, Victoria miró a Lucas.
—No se preocupe. Aunque me muera, ni usted ni su hermana serán invitados a mi funeral. No quiero volver a verlos en mi vida.
—Victoria. —Lucas se puso serio mientras apretaba el tubo de la pomada—. Tú eres la culpable, ni Belia ni yo.
Aunque no volvieran a verse, Lucas y Belia serían quienes deberían negarse a verla y no al revés.
Victoria movió los labios y, aunque seguía pareciendo indiferente, la mueca hizo que demostrara un poco de burla.
—¡¿Para qué me molesté en venir?! Olvídate de arrodillarte dos horas, ¡deberías arrodillarte durante dos días o dos años si sigues aferrándote a tus errores! —Dicho eso, se dio vuelta, se dirigió al ascensor y tiró el ungüento al tacho de residuos.
El sonido metálico del choque del pomo dentro del tacho deprimió aún más el ambiente del pasillo.
Furioso, Camilo quiso castigar a Victoria, pero justo en ese momento se abrió la puerta de una habitación privada y se vio una cabeza que se asomaba.
—Limpiadora, ven aquí. Alguien vomitó por todas partes.
—Ahora mismo voy. —Victoria tomó los productos de limpieza y entró a la habitación de enfrente.
El lugar estaba envuelto en humo, colmado de olor a cigarrillos, alcohol, perfume de mujer y el olor ácido del vómito. Todo eso causó que Victoria no pudiera respirar.
—Mil disculpas por molestar —dijo, acercándose con un trapo a la gran mancha de vómito que había sobre el sofá y la mesa de centro.
Su voz tan definida fue excepcionalmente discordante en la habitación envuelta en humo, y eso provocó que varios hombres que estaban coqueteando con mujeres miraran en dirección a Victoria.
—¡Qué joven hermosa! ¿No? Justo cuando pensaba que vendría una vieja bruja.
—Tiene muy buen aspecto; me pregunto cómo será su cuerpo. Quítate la ropa y déjame echarte un vistazo. Si me gusta, puedes ser mi chica. ¿Qué dices?
—¡Hermano, debes estar ciego! ¿No ves lo preciosa que es? Sé mi chica y te aseguro que ganarás más de lo que ganas aquí.
A pesar de las obscenidades que le decían, Victoria hizo la vista gorda y se concentró en limpiar el vómito. La textura pegajosa de la tela y el olor a podrido le revolvieron el estómago, pero lo soportó apretando los dientes.
—También se manchó mi zapato. ¿Por qué no me lo limpias también, bonita? —Un hombre le clavó la mirada.
Victoria se levantó y dio un paso atrás; hacía todo lo posible por calmar lo revuelto que tenía el estómago.
—El trapo está sucio así que voy a buscar uno nuevo. —Se dio vuelta en cuanto terminó de hablar.
—¡No te molestes! Con una belleza como tú, nada es desagradable. —El hombre volvió a hablarle mientras la miraba fijamente.
Sin embargo, Victoria permaneció inmóvil y se limitó a mantener la cabeza agachada. Apretó tan fuerte el trapo que tenía en la mano, que hizo que vómito goteara de la tela y cayera sobre sus zapatos y su camisa. El simple hecho de observar eso resultaba repugnante, y las personas se apartaron de ella sin disimular la repulsión. El hombre, sin embargo, continuó mirándola lascivamente, evaluando su cuerpo durante un rato.
Victoria se relamió los labios secos, se acercó a su lado y se agachó. Antes de que pudiera ver dónde él hombre se había ensuciado el zapato, él la agarró del pelo y la acercó a él. El ímpetu la hizo arrodillarse con un golpe seco, y ella se echó hacia atrás por reflejo, solo para darse cuenta de que estaba arrodillada delante de él cuando recobró los sentidos. Al instante, todos los que estaban allí estallaron en carcajadas y algunos incluso le silbaron.
Victoria estaba arrodillada en el suelo como un juguete, siendo ridiculizada; estaba absolutamente desconcertada. Apretaba fuerte el trapo lleno de vómito mientras que el pelo corto y desigual ocultaba la absoluta indulgencia de su mirada. Se mordió el labio con fuerza mientras se le estremecía todo el cuerpo.
«Hay un cenicero en la mesa de centro. ¡Será una buena arma para golpearle la cabeza!». En ese momento, intentó alcanzar el cenicero, pero, en cuanto tocó el borde, retiró la mano. «Golpear a un cliente solo enfurecería a Cristian...».
—Cariño. —El sinvergüenza le tiró el pelo mientras arrojaba un montón de billetes sobre la mesa con mirada maliciosa. —Cien por un favor. ¿Qué me dices?
A Victoria, quien se vio obligada a mirarlo, se le corrió el maquillaje mientras se le revolvía el estómago. Sin embargo, solo pudo luchar contra ese malestar y asegurarse de no vomitar.
Mientras tanto, todos los presentes la ridiculizaban y le decían:
—Apúrate, cariño. Ganarás más de lo que jamás ganarás trabajando en la limpieza.
—Oh, a James seguro que no le importa la suciedad, pero no es más que una limpiadora que friega los asquerosos lavabos todos los días. Al menos que se duche primero.