Capítulo 8 Se desmayó
Cristian esbozó una sonrisa mientras miraba a la mujer.
—Carlota Simeone, gerenta de Club Delta, ¿desde cuándo eres tan amable que defiendes a extraños?
La mujer levantó una ceja y estaba a punto de responder, pero alguien golpeó la puerta. El sonido la alteró y dejó en la mesa su taza de té.
—No soy amable, pero esa joven es obstinada y sería una desgracia que muriera en la entrada.
Luego, se puso de pie y fue a abrir la puerta; Cristian la observó con cautela. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo que le había dicho Victoria; esa mujer había cambiado mucho. Decidió beber un sorbo de té amargo.
Carlota permaneció de pie en la puerta y habló con la persona que había interrumpido quien, luego, se fue a su oficina. Cuando vio la espalda de ese hombre egoísta, se quedó perpleja.
—Se desmayó.
—¿Y Lucas? —preguntó mientras le temblaban las manos con la taza de té.
—Estaba tan preocupado que la llevó al hospital.
Cristian tenía una expresión extraña y frunció los labios.
—Que dos personas los sigan.
Victoria sentía que estaba soñando. En su sueño, ella regresaba a prisión y la golpeaba oficial en jefe penitenciario robusto; cuando se cansó de la situación, incendió el lugar. Todos los que la habían maltratado quedaron atrapados en el incendio, incluso ella. No obstante, justo cuando creía que estaba en libertad, abrió los ojos para regresar a la realidad y frunció el ceño al ver la bolsa del suero.
—¿Despertaste?
Escuchó una voz suave. Victoria se sorprendió al ver a Cristian sentado en el sofá que estaba a su lado; tenía las piernas largas cruzadas.
—Victoria, no has aprendido nada en esos dos años en prisión, pero has logrado que otros sientan pena por ti —comentó mientras levantaba una ceja y hacía una mueca de burla.
Abrió la boca, pero no dijo ni una palabra; después de todo, él ya no la toleraba, pero al ver que no le respondía, se enfureció.
—¿No vas a decir nada?
Victoria frunció los labios secos y giró la cabeza para mirarlo.
—Señor Tabares, ya sabe la respuesta. ¿Qué puedo decirle?
Cristian frunció el ceño; aunque la joven parecía sumisa, estaba revelándose. Se puso de pie y se acercó; antes de que comprendiera qué estaba sucediendo, él estaba demasiado cerca de ella y le agarró la barbilla.
—Victoria, tu apariencia me provoca náuseas —comentó de manera apática.
Le dolía cómo la estaba agarrando, pero sabía que no podía quejarse. El ambiente era tan tenso que se sentía sofocada, pero, por fortuna, alguien golpeó la puerta. Cristian estaba molesto, la soltó y volvió a sentarse en el sofá.
—Adelante.
Victoria respiró profundo porque creía que la enfermera había ido a revisarla, pero era Lucas.