Capítulo 4 Munición de Aguja
—¿Qué es? —preguntó Dafne con cautela.
—Ven a mi casa esta noche —Julián puso una sonrisa desagradable— Vamos a montar un pequeño espectáculo.
Dafne se sintió asqueada por sus palabras, pero al pensar que su padre podría...Parecía que no tenía otras opciones. Mordiéndose los labios, al final se resignó.
—De acuerdo.
—¡Ja, nos vemos esta noche! —dijo Julián.
«Esta noche, tu cabello largo será las riendas de mi caballo. ¡Va a ser bueno!».
Después de colgar la llamada de Dafne, llamó inmediatamente al director, sin embargo, nadie contestó. Simplemente tiró el teléfono a un lado y dejó de intentarlo.
—Nena, ya voy —empezó, lanzándose sobre una mujer en la cama.
«El tiempo es valioso, a vida de Huesca no vale mi tiempo. Diré que el director estaba de viaje de negocios más tarde y luego encontraré un médico al azar para que se acerque y lo haga pasar».
Al enterarse de que Julián se hizo con el director, la familia Huesca estalló de alegría.
—Como era de esperar del hijo de una familia prominente, tiene una amplia gama de contactos.
—Esa basura de Zárate sólo sabe estropear las cosas.
—Debes cuidar bien a Julián durante este tiempo Dafne. Al fin y al cabo, de él depende que tu padre pueda llegar a ser Jefe de Departamento.
—¿Quién sabe? Si está contento, incluso podría llevarte a la Gran Ceremonia de Regreso del Gran Mariscal.
Los ojos de Dafne estaban ligeramente rojos mientras permanecía en silencio, ella había escuchado claramente la voz de una mujer en el teléfono hace un momento.
—Román, lo siento... —Dafne suspiró—. Supongo que así es la vida.
Poco sabía ella que el Román al que había renunciado estaba salvando a su padre en la sala de urgencias en ese momento.
Román parecía solemne mientras sus manos maniobraban hábilmente las agujas de plata, pinchando cada uno de los puntos de acupuntura de Daniel con una precisión infalible.
Justo en ese momento un anciano vestido de blanco salió del quirófano de al lado, era el director del hospital que acababa de terminar de operar a un paciente.
Cuando pasó junto al quirófano en el que estaba Román, se detuvo de repente frunciendo el ceño.
—Maldita sea, no es médico de este hospital ¿Cómo entró?
Inconscientemente quiso acercarse y ahuyentarlo, pero cuando vio que Román manipulaba la técnica de la aguja de plata, sus ojos se iluminaron de repente.
—¿Podría... ¿Podría ser esta la técnica de la Munición de Aguja? ¿La mejor técnica de acupuntura creada por el Gran Mariscal? Dios, ¡no esperaba ver la técnica de la Munición de Aguja en mi vida!
Se quedó helado ante las puertas, con los ojos encendidos de admiración al ver las habilidades de Román.
La técnica de la Munición de Aguja no sólo era eficaz, sino también espectacular.
Daniel, que estaba tumbado en la cama del hospital, recuperó lentamente la conciencia al ver a un extraño con ropa informal de pie frente a él, Daniel se quedó atónito.
No reconocía quién era Román y no sabía que era el futuro yerno que le había provocado el infarto.
—¿Quién... ¿Quién eres ?
—No te muevas —dijo Román con voz grave— Te estoy haciendo acupuntura.
—¿Acupuntura? —Daniel se quedó congelado un momento, luego miró hacia abajo mientras Román continuaba.
Un momento después, tembló de emoción.
—Munición de Aguja... ¡La legendaria Munición de Aguja! ¡Oh, Dios mío! No puedo creer que esté viendo esto con mis propios ojos, ¡y que me lo estén haciendo a mí! ¡Dios, es un honor para mí!
Pronto, Román terminó con la acupuntura.
—Señor, estoy realmente impresionado —dijo el director, corriendo hacia él—. ¡No puedo creer que sepa realizar la técnica de la Munición de Aguja! Tiene mi más profundo respeto.
Daniel se levantó apresuradamente de la cama del hospital, se sentía cómodo y un poco más fuerte que antes.
—Eres increíble, amigo mío. ¿Podrías enseñarme una o dos cosas? Me gustaría aprender de ti.
—Sí, sí —respondió también el director. Por favor, enséñanos.
—Por favor acepte mis respetos, Maestro.
Román estaba guardando las agujas de plata con cuidado y dijo:
—No acepto aprendices.
«No es que no acepte aprendices, es que tú eres mi futuro suegro no tiene sentido que me llames maestro si yo te voy a llamar suegro».
Román se dio la vuelta y se fue.
—Maestro —Daniel y el director lo siguieron de cerca—. Por favor, acéptenos como sus aprendices.
En la puerta de la sala de urgencias, la familia Huesca ardía de ansiedad. El director del hospital aún no había llegado.
Empezaron a preguntarse si Julián les había dejado plantados.
Dafne tomó su teléfono y estaba a punto de recordárselo a Julián cuando Joaquín gritó de repente:
—Miren, salió.
Todos desviaron la mirada hacia la puerta de la sala de urgencias y vieron a tres hombres saliendo.
El que encabezaba el grupo era Román, con Daniel y el director siguiéndolo.
—¿Esa basura sigue aquí? —gritó Ana— ¡Maldita sea! No entró en el quirófano para estropear nada, ¿verdad? Ese incompetente embustero.
—¿Por qué te importa tanto esa basura? —Joaquín soltó una carcajada—. La cuestión es que Daniel se ha recuperado. Mira, parece estar bien y mira quién está a su lado; es el director del hospital.
Ana lloró de alegría.
—Debe ser Juli, hace tiempo que invitó al director a rescatar a Daniel. Nos equivocamos al culpar a Julián. Mi yerno es de confianza.
Toda la familia subió, rodeando a Daniel y al director mientras ignoraban a Román.
Dafne miró a Román con una expresión complicada en los ojos. Suspirando, se acercó a dar las gracias al director.
—Sin duda está usted dotado de una mano mágica director, gracias por salvarle la vida. Director, para expresar mi gratitud, permítame invitarle a una comida.
El director parecía completamente desconcertado.
—Lo siento, pero no fui yo quien salvó a Daniel. Todo es gracias al maestro, no he participado en nada de esto.
La familia Huesca estaba desconcertada.
«¿El director tiene un Maestro? ¿Dónde está?».
—Así es, el Maestro me salvó —dijo Daniel—. Ven déjame presentarte, este es el maestro que el director y yo acabamos de conocer.
Daniel caminó hacia Román, haciendo una reverencia.
—Maestro, no hay palabras para expresar mi gratitud hacia usted.
«¿Qué demonios?».
Los Huesca miraron con tanta fuerza a Román que casi se les salen los ojos.
«Román Zárate, salvavidas, maestro...esto es demasiado».