La Mansión Costera era tan bonita como siempre y el hermoso candelabro colgaba resplandeciente sobre la mesa del comedor. El comedor era espacioso y estaba adornado con diez sillas de madera y cuero. Sentados alrededor de la mesa estaban Marcelo y Melinda. Esa noche tenían un banquete y los lirios que había detrás olían a fresco.
—Los niños están en Puerto Esmeralda —dijo Marcelo—. Siete guardaespaldas los vigilarán por la mañana. Llevaré cincuenta hombres conmigo y te traeré a los niños.
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