Pero aquellas personas que fueron a atacar a Donato parecían haber caído en un remolino. Desaparecieron sin dejar rastro y fue como si nunca hubieran venido.
Donato estaba sentado en la casa de té. Los cortes de su cara se habían secado y estaban cubiertos de costras, lo que le daba un aspecto aún más maduro y resiliente.
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