Capítulo 15 ¡Sólo hay un gran jefe!
Edificio Sede del Grupo Herrera, ¡el piso más alto! Jonás se paró frente a la ventana para hacer una llamada telefónica. No se atrevía a sentarse cuando hablaba por teléfono con el Hermano Fidel.
—Hermano Fidel, todo se ha arreglado. —Jonás preguntó respetuoso—: ¿Tienes alguna otra instrucción para mí?
—A partir de ahora sólo tienes que escuchar a mi jefe. Una vez que termine por mi parte, iré a Duriana.
Jonás sintió que su corazón temblaba. ¿El Hermano Fidel iba a venir?
—Jonás, dime. ¿Por qué piensas que apoyé tu ascenso al éxito en la ciudad de Duriana?
Jonás entendió de repente. ¡Era por Nicandro! Nicandro iba a venir a Duriana, ¡así que tenía que asegurarse de que todo estuviera bien preparado con mucha antelación, para que hubiera alguien aquí que hiciera las cosas por él! ¿Nicandro ya estaba preparado para venir desde hace cinco años?
—Eres una persona inteligente, así que no necesitas demasiadas pistas —continuó Fidel—. Hazlo bien y el Gran Jefe te recompensará bien. Fidel colgó.
Jonás respiró hondo varias veces, pero no pudo calmarse. Sabía lo temible que era Fidel, por eso sentía aún más reverencia hacia Nicandro. ¡Qué clase de persona sería él! Por las palabras de Fidel, Jonás se dio cuenta de que había llegado su oportunidad. Su razón de existir era trabajar para Nicandro. Todo lo que se había preparado durante los últimos años ahora iba a tener un buen uso.
Toc, toc.
Llamaron a la puerta y entró toda prisa uno de sus subordinados.
—Gran Jefe.
—¡La próxima vez llámame Presidente Herrera! —Jonás de inmediato frunció el ceño y dijo muy solemne—. ¡A partir de ahora, sólo hay un Gran Jefe en todo Duriana!
—Entendido, Presidente Herrera. Ya he enviado la noticia siguiendo sus instrucciones.
Jonás entrecerró los ojos.
—Son ese padre y su hijo de la Familia Lascuráin, ¿verdad?
—Fernando me dio 5 mil de los grandes a cambio de saber su parentesco con Yuridia. Así que le dije que es porque pasó por momentos difíciles junto a Nicandro y ahora le está devolviendo el favor.
Jonás asintió.
—Ok. —Si en realidad hubiera pasado por momentos difíciles con Nicandro, ¡esa sería la mayor ventaja de su vida! Pero tristemente sabía que nunca podría calificar para hacer esto—. Será mejor que ese padre e hijo tengan cuidado, de lo contrario, aunque al Gran Jefe no le importen estos pequeños alevines, ¡yo, Jonás, no dejaré que arruinen el humor del Gran Jefe!
Jonás envió una orden.
—¡Infórmame si surge algo!
—¡Entendido!
Tenía la premonición de que se avecinaba una gran tormenta para Duriana, como un dragón pisando aguas poco profundas.
...
Nicandro condujo a Yuridia hacia el lugar de construcción de la fábrica para el nuevo proyecto que acababa de firmar. Los Lascuráin habían invertido bastante en este proyecto en particular. Hacía tiempo que habían comprado un terreno en las afueras de la ciudad para construir una fábrica para ese proyecto.
—¿De qué te habló mi madre? —preguntó Yuridia.
Vio que Nicandro era capaz de mantener una conversación con Susana y no pudo evitar sentirse extraña. Entendía bien a Susana. Su madre era una mujer muy fuerte, así que, aunque había sufrido tanto todos estos años, aún era capaz de soportarlo con tranquilidad. Pero esta vez, Susana no podía soportar muy bien que Jacobo la obligara a aceptar un marido en la familia.
—Ella dijo que lo estoy haciendo bastante bien —respondió Nicandro—. Me animó a seguir trabajando duro, y si está contenta conmigo, entonces conseguirá que te cases conmigo de verdad.
—Tonterías. —Yuridia sintió que su cara se ponía roja. Ella no creía nada de esto.
Sólo era alguien a quien Susana conocía desde hacía unos días. ¿Cómo podía haber dicho algo así?
—Ok, ok, ok, no más tonterías. —Nicandro se giró para mirar a Yuridia—. Tu madre me advirtió, si alguna vez te hago daño, luchará conmigo hasta la muerte.
Ahora eso sonaba más como su madre.
—Nicandro. Incluso aunque no sé por qué has decidido estar aquí, sé que no me harás daño. —Yuridia respiró hondo—. Gracias.
Nicandro no dijo nada. El que debía dar las gracias era él. Desde lejos podían ver que había un gran grupo de gente reunida frente a la entrada de la obra, bloqueando el paso y causando muchos problemas. Nicandro estaciono el auto y Yuridia corrió a toda prisa.
—¿Qué, quieren? —Había ansiedad por toda la cara de uno de los directores del proyecto.
El contrato para este proyecto acababa de firmarse y la fábrica tenía que estar terminada lo antes posible porque el proyecto tenía que empezar pronto.
—¿Por qué estaban aquí estas personas para crear problemas?
—¿Qué? —El líder de los alborotadores sonaba desagradable e incluso tenía un bate de madera en la mano—. Este terreno es nuestro, ¿quién les ha permitido construir una fábrica aquí? ¡Fuera ya, si no te voy a dar una paliza a ti también!
—Tonterías, este terreno es nuestro y ya hemos firmado el contrato. ¿Desde cuándo es suyo? —Yuridia estaba furiosa. Ella fue quien estableció el contrato, así que estaba muy segura de ello.
—¡Tu contrato no es válido! —El líder rio con frialdad—. De cualquier manera, no te dejaremos empezar a trabajar aquí. Voy a quedarme aquí y bloquearte. Olvídate de meter el cemento o la arena.
—¡Has ido demasiado lejos! —Yuridia se volvió hacia el director del proyecto y dijo—: ¡Llama a la policía!
—¿Llamar a la policía? —Al escuchar esto, al jefe se le cayó la cara de vergüenza—. Maldita sea, ¿te atreves a llamar a la policía? ¡Hermanos! ¡Destruyan este lugar! —Con eso, ¡levantó su bate e hizo un enorme swing hacia Yuridia tan fuerte como pudo!
La cara de Yuridia palideció de inmediato y se olvidó de esquivar. No esperaba que este grupo fuera tan irrazonable y los tacara muy fuerte.
¡Zas!
De repente hubo un fuerte sonido apagado seguido de un aullido.
Yuridia abrió los ojos y Nicandro estaba justo delante de ella. Usó un pie para lanzar a ese sinvergüenza por los aires, y el hombre estaba ahora tirado por todo el suelo, incapaz de moverse.
—Así que alguien se atreve a golpear a mi esposa ¿eh? —Nicandro escaneó a todo el grupo—. Les doy diez segundos. ¡Piérdanse!
—Ahh… —El sinvergüenza del suelo sintió que se había roto al menos cinco o seis huesos y gritó de dolor—: ¡Mátenlo!
¡Más de 10 sinvergüenzas se abalanzaron sobre Nicandro al mismo tiempo!
—¡Nicandro cuidado! —Yuridia estaba en shock. No pensó que las cosas acabarían así. Pero antes de que pudiera decir nada más, lo que ocurrió a continuación la congeló en el acto.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Las acciones de Nicandro fueron tan rápidas que parecían borrosas. En menos de diez segundos, todos los sinvergüenzas de antes estaban tirados en el suelo, ¡con los brazos o las piernas rotas! Los aullidos de dolor helaban la sangre. Todos los jefes de proyecto estaban pálidos del susto. ¡Era demasiado aterrador!
Nicandro se dirigió hacia el líder de la banda con un pie en el pecho y le miró con malicia.
—¿Quién te ha enviado aquí?
—Cómo te atreves… a pegarme, soy Ludovico Pérez … —Ludovico sentía un terrible dolor y apretó los dientes—: ¡Mi jefe no te dejará escapar!
—Perdiste tu oportunidad. —Nicandro nunca hacía la misma pregunta dos veces. Su pie ejerció una fuerza tremenda. Ludovico dio de inmediato un terrible grito y murió en el acto.
¡Todos los demás sinvergüenzas estaban tan asustados que sentían sus tripas a punto de explotar! ¿Qué era esa monstruosidad? ¿Por qué era tan aterrador? Incluso algunos se mearon en los pantalones, tan asustados que temblaban de miedo.
Nicandro ni siquiera se molestó en mirarlos. Solo tiró de Yuridia hacia el lugar, aunque ella todavía estaba aturdida.
—Señorita… Señorita Lascuráin, ¿deberíamos seguir llamando a la policía? —El director del proyecto tragó saliva.
—No hace falta. No necesitamos molestar a la policía con este tipo de basura. —Después de decir eso, Nicandro se dio la vuelta y empezó la cuenta atrás—. ¡Diez! ¡Nueve! Ocho…
Sólo había contado hasta siete y todos los sinvergüenzas con brazos y piernas rotos estaban tan asustados que sentían que sus almas abandonaban sus cuerpos. De inmediato empezaron a luchar para levantarse y marcharse.
—¡Corre! ¡Corre!
—¡Es un monstruo, un monstruo!
—¡¡¡Ayúdenme a levantarme y llévenme con ustedes!!!
Estaban seguros de que, si no se esfumaban en diez segundos, ese hombre se encargaría de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra.