—Así es, la familia está de acuerdo. —La voz del teléfono seguía tranquila—. No te lo impediremos ni te obligaremos a contraer otro matrimonio. Pero que lo encuentres o no dependerá de ti misma. —Luego colgó.
Lidia no soltó el teléfono y tardó un buen rato en responder. Se mordió con suavidad el labio porque pensaba que había oído mal y temía que aquello no fuera más que un sueño.
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